viernes, 28 de diciembre de 2007

I'm Not There

Todd Haynes es una de las perlas del cine americano actual, y ya demostró en Velvet Goldmine que era capaz de afrontar el cine desde una lógica más musical que narrativa, lo cual le convertía en el director ideal para llevar a la pantalla un proyecto como éste. Y realmente parece haber puesto todo su talento en esta obra, inspirada en “la música y las múltiples vidas de Bob Dylan”, como confiesa al principio, a través de seis personajes distintos, interpretados por tantos actores, que cubren las personalidades y épocas más representativas del genio de Minnesota. Es, como dicen por ahí, un lienzo, pero puramente abstracto, en el que Haynes vierte todas sus influencias experimentales para contar la historia de una forma desordenada, sin linealidad temporal, con cambios a veces bruscos entre personajes y tonos, narrando hechos reales pero también leyendas y fragmentos inventados sobre Dylan para dar forma no sólo a su historia, sino para reflexionar sobre el arte y el propio artista, palabra para la que el señor Zimmerman es probablemente el mejor representante del siglo XX. Haynes juega a despersonalizar a la persona, a universalizarla, a mostrar el conflicto y el compromiso del artista con su gente, que muchas veces se acaba oponiendo a la propia innovación artística a la vez que compromete su vida personal.

Pero no pretendo asustar con lo anterior. Con todo el caos narrativo, I’m Not There no es una película difícil. Es divertida, emocional y brillante en estilo, con una dirección sobria y elegante, una fotografía adaptada a cada capítulo que luce sobre todo en el ominoso blanco y negro de su etapa sesentera y los mugrientos tonos verdes de su infancia, aportando un contraste entre sus diferentes vidas que lleva al principal problema del film, su irregularidad. Abarcando tanto es obvio que haya pasajes algo menos interesantes y que palidecen al lado de los mejores, sobre lo que hay que destacar obviamente el de Cate Blanchett, por su enorme interpretación y sobre todo porque se centra en la época más fascinante, creativa y polémica de Dylan, la segunda mitad de los sesenta; aunque personalmente también me ha cautivado el Dylan “forajido” de Richard Gere, sin duda el capítulo más extraño y abstracto pero también encantador y mágico de la obra, con el actor americano encontrando el punto exacto al tono del fragmento con su interpretación lacónica y la imaginativa dirección artística, amén de esa preciosa tonadilla fúnebre interpretada por Jim James y Calexico, una de muchas versiones que aparecen en el film, realizadas mayoritariamente por gente de la música alternativa como Sonic Youth, Stephen Malkmus, Yo La Tengo o Anthony, algunas bastante majas aunque no tengan nada que hacer con las originales de Bob, con su Stuck Inside of Mobile que abre gloriosamente la película, con el Like a Rolling Stone que la cierra o con la joya perdida que es la propia I’m Not There, grabada con The Band en la época de las Basement Tapes. Eso sí, mención especial a la interpretación de Ballad of a Thin Man, con Stephen Malkmus en audio y Cate Blanchett en imagen, en el mítico concierto del Royal Albert Hall de 1966, y su posterior discusión con el público filmada tal como está recogida en la propia cinta del concierto.

Puede que esta película no sea el biopic que los fans de Dylan esperaban, pero eso no quita el mérito a un film al que hay que alabar su ansia de innovación y su innegable calidad artística. Ahora le doy un 8 y poco, pero probablemente acabe subiendo su nota, porque es una de esas películas que, pasadas modas estúpidas, ganará con el tiempo. Haynes lo ha vuelto a conseguir.

Nota: 8,4

jueves, 6 de diciembre de 2007

Control


Aunque venga etiquetada como tal, Control no es un biopic. Empieza narrando la temprana juventud de Ian Curtis, mostrando hechos conocidos de ella (donde dibuja un importante parecido argumental con 24 Hour Party People, la estupenda (y muy diferente) película de Winterbottom), pero cuando realmente empieza a brillar es cuando deja atrás esos datos para hablar del alma y de los sentimientos de una persona tan confusa, sombría y lúcidamente trágica como Ian Curtis, el cantante de los aún hoy inimitables Joy Division. Sabemos la historia (para los que no la sepan están precisamente esos primeros minutos más "objetivos"), pero lo que no se espera es un relato tan profundo y emocional sobre la vida como el que realiza Corbijn. Ian es casi sólo un pretexto para introducirse en la mente de una persona atormentada por sus actos pasados, atrapado en una vida insatisfecha e incapaz de satisfacer las exigencias espirituales que implican las expectativas de su banda y su familia. Un retrato crudo y oscuro sobre un alma que no necesariamente eligió el camino correcto y que desde luego anda bastante lejos de lo que suelen trazar los típicos biopics heroizadores hollywoodienses, lo cual de por sí sólo ya sería algo positivo pero que aquí realmente funciona porque Corbijn sí que logra transmitir todas las emociones, toda la tristeza y toda la poesía que pretende la historia.

Mención aparte para el apartado técnico. El tratamiento visual es realmente impresionante. Está la fotografía en blanco y negro, brillante y decadente como la música que hace la banda del protagonista, pero aún mejor es la forma en que compone la imagen, sus encuadres y el ritmo que imprime. Y, por supuesto, la música, tan buena como siempre pero con el aliciente de esas muestras de las actuaciones en directo de la banda, rodadas de forma totalmente fiel a cómo nos han llegado los escasos documentos de Joy Division en directo, e imitando el sonido ruidoso y agresivo que gastaban en el directo, lo cual tiene aún más valor teniendo en cuenta que realmente son los actores que interpretan a los cuatro integrantes de la banda quienes están tocando. Y Sam Riley, que por momentos no interpreta a Ian Curtis, es Ian Curtis. Es un film espléndido y uno de los mejores del 2007, sin duda.

Nota: 8,9