miércoles, 21 de febrero de 2007

Una historia verdadera


A estas alturas, es difícil no haber oído hablar de David Lynch. Se haya visto o no alguna de sus películas, está claro lo que uno puede esperarse del director americano: un universo sórdido, oscuro y decadente, caótico, impenetrable, ininteligible... son los adjetivos que suelen usarse para describir sus películas. Por eso es tan impactante uno de los primeros fotogramas de Una historia verdadera: sobre un fondo estrellado, aparece aquello de “Walt Disney Pictures presents”... ¿Cómo? ¿La Disney produciendo una película del rey del cine “raro" actual? ¿Lynch trabajando con la mayor empresa distribuidora de ñoñería que existe? Desde luego, no es un buen comienzo, pero las dudas tardan en poco en borrarse, y para bien: siendo el proyecto más atípico de cuantos ha encarado su Lynchísima, Una historia verdadera también es una de sus mejores películas. De hecho, probablemente una de las piezas más bellas del cine de los últimos años.

La película cuenta la historia (verdadera) de Alvin Straight, un anciano de 73 años, viudo y con problemas de salud, que vive junto a su hija en un pequeño pueblo perdido en la America profunda y que, tras enterarse del infarto que acaba de sufrir su hermano Lyle, con quien no se habla desde hace 10 años, decide recorrer los cerca de 500 kilómetros que separan los hogares de ambos para intentar hacer las paces con él antes de que sea demasiado tarde. Como Alvin ya no tiene carné de conducir por problemas de vista, y como no tiene a nadie que le lleve, decide emprender ese viaje en su pequeña cortacésped del ’66. Con esa premisa tan sencilla y aparentemente absurda, Lynch construye una road movie que se aleja de los tópicos del género (eso de usar el viaje para explorar la realidad de aquella tierra) y se centra en el viaje emocional de Alvin, un viaje que debe hacer sólo y sin ayudas para intentar encontrar en su interior la paz al conflicto “por orgullo y alcohol” que tuvo con su hermano y reencontrarse con la esperanza que parece haberle abandonado en los últimos años de su, por otra parte, bastante cruda existencia. Es un viaje duro y triste, rodeado de una belleza formal increíble y de una humanidad exacerbada, un canto a la sencillez y el valor de la vida por encima de superficialidades y artificios.

Decía que es un proyecto atípico en este director, de hecho suelen referirse a ella como su película “menos Lynch”. Bueno, puede que la atmósfera oprimente y desquiciada de sus otros films no aparezca, pero su mano se nota en cada escena de la película, en la forma lenta y contemplativa en que hace fluir las imágenes, en la maravillosa música de su colaborador habitual Angelo Badalamenti, en la bellísima fotografía, que usa de forma inmejorable la luz solar reflejada sobre los vastos campos de trigo o la belleza plástica de los atardeceres para acompañar al pobre Alvin en su odisea a través del medio-oeste estadounidense, en los breves o extensos diálogos... Técnicamente, es uno de los trabajos más impecables que he visto desde Paris Texas, de Wim Wenders. Y, por encima de todo, sobresale la actuación de Richard Farnsworth, la última actuación de Richard Farnsworth (que murió poco después de rodar la película), que logra otorgar a Alvin la sencillez y la sabiduría de alguien que ya lo ha visto todo y conoce el valor real de las cosas que importan. De todo eso va Una historia verdadera. Usando unas palabras que Carlos Boyero usó al respecto de Smoke, es una película que hay que revisar con frecuencia. Ayuda a sobrevivir.

Nota: 9

domingo, 18 de febrero de 2007

Velvet Goldmine

Velvet Goldmine es, además del título de una canción perdida de Bowie, el título de la tercera película del director independiente americano Todd Haynes. Y, como su título apunta y su cartel indicaba, es básicamente una revisión del glam-rock y de toda la movida glam que vivió Gran Bretaña en los 70, un movimiento algo infravalorado y con gran influencia en el posterior punk. El argumento de la película gira en torno a un periodista británico, interpretado por Christian Bale, al que le encargan un reportaje sobre Brian Slade, icono del glam-rock que, tras fingir su propia muerte en el escenario y sufrir el rechazo de sus fans al enterarse de que todo fue un montaje, decidió desaparecer por completo de la vida pública y de la música, y al que se le perdió la pista hace unos años. El argumento es poco más que un pequeño homenaje a Ciudadano Kane, con el periodista investigando sobre la vida de Slade y mezclando sus recuerdos sobre aquellos días con escenas de la vida de la estrella desaparecida, intentando aclarar que pasó con él. Y, como he dicho, es poco más, porque la película en ningún momento funciona sobre esa línea, sino que deleita a la hora de reconstruir toda la escena de aquella época y la música, con una estructura de saltos en el tiempo totalmente libre en la que, mediante los videos y directos de Slade y fragmentos de su vida personal va reconstruyendo la figura de la estrella desaparecida, su evolución y sí, también su época.

Por cierto, no intentéis localizar a Brian Slade. Es un personaje ficticio creado para la película e identificado, por supuesto, con David Bowie. Al duque blanco no le hizo gracia el guión, así que negó su nombre y sus canciones para la película, pero es imposible no verle en ese personaje, una estrella del rock andrógena y bisexual que inicia una revolución artística y sexual, que se inventa personajes en sus discos y los interpreta en el escenario, que juguetea con el polvo blanco en orgías multitudinarias, que lleva la vida al límite de estrella del rock a sus máximas consecuencias. Y también es imposible no ver a Bowie en la excepcional interpretación que de Slade hace Jonathan Rhys Meyers. Con todo esto sólo falta un tercer elemento para completar la película: la aparición de Curt Wild, otro músico ficticio, en este caso el salvaje líder de una banda de garage de Detroit de cuya rabia y sexualidad en el escenario bebe Slade para crear su imagen y con quien mantiene un fallido idilio amoroso que es en parte culpable de su caída. Wild es otro músico ficiticio identificado con uno real, en este caso Iggy Pop, y en este caso ni siquiera intentan esconderlo, pues se dedica a tocar canciones suyas de su época con los Stooges. Bueno, tampoco sería difícil reconocerlo en la interpretación que de él hace el gran Ewan McGregor, puro mimetismo especialmente sobre el escenario, donde ni el propio Iggy lograría hoy en día interpretarsse tan bien.

Con estos elementos, la película resultante es una muestra fragmentada del espíritu, el ambiente, el color de aquel mundo, un deleite para los sentidos con su maravillosa música (con canciones originales de aquella época de gente como Brian Eno, Roxy Music o T-Rex; canciones originales de grupos actuales, como Shudder to Think o Pulp intentando rindiendo homenaje al movimiento; y versiones, incluidas las canciones que conforman el repertorio ficticio de Slade, que resultan ser canciones de Roxy Music interpretadas por Venus in Furs, grupo creado especialmente para la película con miembros de Radiohead, Suede y los propios Roxy Music), la fotografía, la dirección artística... y además con mensaje, uno sobre la prostitución del rock y del precio de la libertad artística y la fama. No es una película para todos los gustos, cierto, pero para cualquier aficionado a la música de aquella época o para aquel que quiera disfrutar de un cine diferente es toda una delicia. Muy recomendable.

PD: Tres cosas que se me habían olvidado: también sale Toni Collette, hay unas cuantas referencias a Oscar Wilde y tiene la mejor interpretación que he oído de la maravillosa Gimme Danger de los Stooges.

Nota: 8