domingo, 26 de diciembre de 2010

sábado, 26 de junio de 2010

Hasta el último aliento



Melville se despidió del blanco y negro con una obra salvaje, desmesurada y negra como el tizón. La historia de un criminal fugado persiguiendo un futuro que sabe que no podrá tener se vuelve a convertir en la eterna reflexión melvilliniana sobre la ética, el honor y la lealtad, aunque en esta ocasión la amoralidad vira hacia unos extremos despiadados poco habituales en la obra de Melville. Choca mucho ver a Lino Ventura convertido en ese frío asesino carente de compasión ante aquellos chacales que están haciéndose con el reino del crimen organizado desterrando a reliquias como él, “acabadas” en ese nuevo mundo que unos jóvenes carentes de toda noción de honor y elevados por su tendencia al gatillo fácil están creando.

“Hasta el último aliento” es una de las obras más largas y complejas de Melville. Durante la primera hora es probable que la mayoría de espectadores anden un poco perdidos, con el desarrollo paralelo de tres tramas (la fuga de Gu, el golpe de Ricci y la investigación de Blot) aparentemente inconexas, pero poco a poco el puzzle se va completando y la trama se convierte en una gloriosa sinfonía, acompañada siempre de la ominosa y brillante fotografía en blanco y negro y la dirección siempre elegantísima de Melville. La escena del robo al furgón es una de las cosas mejores rodadas que he visto en mucho tiempo. La imagen de esos cuatro hombres de negro, con gabardina y sombrero, al borde del acantilado, expresa perfectamente la esencia de un estilo de cine, y de una negrura, de la que han bebido muchos de los mejores autores del cine contemporáneo

Es curioso comprobar cómo aparentemente estamos ante una obra “menor” de Melville. Desde luego, si todas las obras menores fuesen así el mundo, al menos para los cinéfilos, sería un lugar mejor.


[SPOILER]

Si hay algo que reprocharle, es el hecho de que cuando llevas un puñado de películas de Melville a tus espaldas, hay parte de la intriga que se pierde inevitablemente. Desde los primeros compases de “Hasta el último aliento” sabes que el protagonista está condenado, y el resto de la película no es sino el camino que recorre este hasta encontrar su destino. Decía Belmondo en “El confidente” que, en esa profesión, o se acaba mendigando o se acaba lleno de plomo. Aquí, Gu ejerce su derecho a elegir como morir. Manteniendo su honor. Precioso detalle del personaje de Paul Meurisse en la última escena. A veces las personas más aparentemente diferentes acaban teniendo algo en común.

Nota: 8,3