miércoles, 12 de marzo de 2014

Los arquitectos del silencio



Luciano Cilio podría ser un artista de culto. Encaja perfectamente: incomprendido y despreciado en su época, discografía (y vida) demasiado corta, años en el olvido y un talento increíble y muy adelantado a su tiempo. Pero no lo es, por una sencilla razón: 30 años después de su muerte, el compositor napolitano sigue siendo un desconocido absoluto. Por suerte, tiene un fan ilustre llamado Jim O’Rourke que ha logrado, por segunda vez en la última década, reeditar su único (en todos los sentidos) álbum, Dell'Universo Assente. La reedición de 2004 desapareció y esta tardará poco en hacerlo. Luciano Cilio puede ser un artista desconocido, pero una tirada de 500 copias (como en la edición actual) sigue siendo un número escaso…

¿Y a qué suena Luciano Cilio? A pocas referencias conocidas. Es fácil trazar en él la herencia del gran John Cage. Cilio recogió ese concepción de la música no como ritmo o armonía, sino como sonido puro, que el bueno de Cage prodigó en su carrera. Los instrumentos de Dell'Universo Assente (disco que grabó incluyendo su obra Dialoghi del Presente junto a dos piezas coetáneas) son convencionales: piano, guitarra, flauta, percusión, violin, viola y cello, con algún apoyo vocal ocasional. La forma en que están tratados, sin embargo, no es tan convencional: notas sostenidas, flotando sobre el silencio de la grabación, entrando y saliendo de la mezcla de puntillas. El sonido de los instrumentos, y no la melodía que tocan, definiendo la canción. La “harmonía de timbres” que tanto le atraía al artista. Sólo hay un referente cercano a ese concepto, Morton Feldman, no por casualidad el discípulo predilecto de John Cage. Pero frente a las composiciones extendidas y aisladas de Feldman, cuyo objetivo se asemeja voluntariamente al de pinceladas sobre el lienzo, la música de Luciano Cilio está perfectamente condensada y concentrada. La teoría de Feldman se convierte por arte de magia (o de talento) en canciones que oscilan entre los 3 y los 9 minutos, sin un solo momento desperdiciado. El cuadro final y completo.


Y, por supuesto, hay otro elemento que define Dell'Universo Assente más allá de las teorías musicales y centrado en su tono. Y ahí hay que recurrir a la biografía del napolitano: incomprendido, marginado, sin éxito y con serios problemas de autoestima, la depresión le absorbió y le llevó al abismo y la muerte. En medio, surgió un disco totalmente aislado y desconectado del mundo, un trozo de subconsciente que brota de forma espontánea de un artista demasiado despreocupado ya de su propia vida como para buscar ninguna pretensión en su obra. Es ese el carácter que lo emparenta, como bien indicaba Jim O’Rourke, con el eterno “Pink Moon”. Sin parecidos estilísticos aparentes, sin embargo esa intimidad, ese minimalismo inevitable y ese doliente abandono que transmite les resultan casi exclusivos en el mundo de la música contemporánea.

Todo lo anterior debería concluirse hablando de la influencia que posteriormente su música ha adquirido, pero de nuevo no es así. La música de Cilio se ha interpretado muy poco (en parte por su forma de trabajo: no escribía partituras, sino “guiones” donde indicaba a sus músicos las tonalidades y la estructura de las obras, pero cuyo resultado dependía directamente de la forma en que, improvisadamente, les dirigía). Y, por desgracia, bien por desinterés o bien por la precariedad / injusticia del mercado musical, nunca ha sido fácil encontrar copias de su solitario disco y poca gente ha podido acceder a su mundo. Por ello, no puedo decir si Mark Hollis llegó a escuchar alguna vez Dell'Universo Assente o fue la influencia (esta sí reconocida) de Morton Feldman la que le llevó a llegar, con los dos últimos discos de Talk Talk y su aún único álbum en solitario de 1998, a la misma conclusión que Cilio. El sonido. La pureza. El silencio.