sábado, 28 de febrero de 2015

Hacia la felicidad

Mundo, es usted un hijo de puta. Pero aún así hay una cierta alegría que nunca nos podrá quitar. No una alegría que se expresa con risas o una alegría que nos haga ser felices. Me refiero a una alegría que es tan grande, tan particular, que va más allá del dolor y la desesperación. Es una alegría más allá de toda comprensión. Como el éxtasis que, a veces, nos hace sentir la música.



sábado, 7 de febrero de 2015

Un buen día

Caminaba hacia la parada de autobús a media tarde y su estado era el de siempre: agotado y asqueado. Miraba alrededor con una actitud altiva, creyendo que el mundo era demasiado mediocre y sucio. Entre desconocidos, sin necesidad de tener contacto social, la amabilidad y la buena predisposición desaparecían. No es que fuese maleducado, en absoluto, sencillamente rehuía por completo todo acercamiento humano. Quería llegar a casa lo antes posible para estar solo. Que el viaje fuese lo más tranquilo y rutinariamente olvidable posible. Pero no era su día. En la marquesina había a su lado un hombre fumando. Por supuesto, estaban en la calle y no podía recriminarle por ello, pero el fumador no paraba de echar el humo en su dirección. Educadamente, le pidió que intentase dirigirlo a otro lado. El fumador le replicó con una grosería y le dedicó la siguiente bocanada directamente a la cara. Alejandro, sin decir nada y antes de que la boca humeante hubiese acabado el espectáculo, le golpeó directamente en el rostro, sobre la nariz. Alejandro era alto y fuerte, aunque no lo pareciese a primera vista por la indumentaria discreta que llevaba siempre. Lo suficientemente fuerte como para hundir la nariz del fumador sobre su rostro y hacerle caer, medio muerto y completamente ensangrentado, dejándolo inmóvil sobre el pavimento.

Mientras la gente se acercaba, perpleja por lo que habían visto, Alejandro se alejó de la marquesina lanzando gritos que sólo interrumpía para conversar en solitario intentando justificar su acción. La respiración se desataba y el andar era torpe y errante. Se alejó hasta una pequeña plaza cercana, desierta, dónde ya no se oían los gritos y el sonido de sirena que había notado acercándose era lo suficientemente tenue como para no ponerle nervioso. Se calmó, dejó de gritar y se sentó sobre el suelo mojado…

La combustión espontánea es un proceso que resulta extremadamente esotérico para la mayoría de la gente, y cuya sola existencia en sí es más bien discutible. Generalmente, casos atribuidos a este fenómeno suelen derivar sencillamente de una ignición accidental de la ropa del sujeto (por fuentes externas como cigarrillos o velas, electricidad estática o reacción química en ésta) que se extiende lentamente y puede acabar consumiendo el cuerpo en caso de que dicho sujeto no responda (por ejemplo, si está incapacitado debido a alguna dolencia o bajo efectos de drogas o alcohol). Pero Alejandro no fumaba, no bebía y no se encontraba incapacitado como para no reaccionar ante un incendio de su ropa. Además, en los casos de combustión espontánea, el incendio suele estar localizado en el cuerpo de la víctima y rara vez se extiende al entorno que le rodea. ¿Qué ocurrió entonces en este caso? ¿Deberíamos hablar de “explosión espontánea”? ¿Qué explicación daría la ciencia, que ya demostró la imposibilidad de una combustión espontánea humana, ante un fenómeno como este?

Alejandro explotó espontáneamente a las siete y diez de la tarde. Lo extraordinario no ya fue el fenómeno en sí, si no la magnitud. Nunca alguien había arrasado un barrio entero durante un episodio de este estilo. Claro, que la rabia y desesperación contenidas en ese tibio cuerpo estaban fuera de toda normalidad posible… De no haber sido así, un pequeño incidente como el que vivió no habría tenido consecuencias tan graves. Puede parecer una razón insustancial, pero la historia está llena de momentos trascendentes provocados por pequeños gestos. El cambio de la normativa  interna de una residencia estudiantil puede provocar una revolución, de la misma forma que una simple grosería de un desconocido puede provocar que una persona explote. El mundo a veces aparenta ser tan civilizado que se olvida de que, en el fondo, sólo somos pedazos de carne frágiles guiados por sensaciones animales. Y, a veces, también nos rompemos.