viernes, 26 de agosto de 2016

Un hombre perfecto

Nadie quiere a un hombre perfecto. Nunca se sabrá si le odian, le temen o le envidian. Es probable que sea una mezcla de todo.

El hombre perfecto es aquel que intenta hacer todo siempre bien. No hay debilidades porque la debilidad es imperfecta. No hay desconocimiento, procrastinación o error. Y le odian porque piensan que ha nacido así, pero se equivocan. El hombre perfecto no nace, se hace. El hombre perfecto se preocupa de que todo salga siempre bien: si se va de viaje se preocupa de mirar de antemano el transporte desde el aeropuerto (y compra los billetes), las cosas que ver y sus horarios, los restaurantes recomendados en cada zona. El objetivo es simple: la estancia será perfecta. Pero te odiarán por ello.

Al hombre perfecto le odian porque no le ven humano. Al fin y al cabo no hay nada más humanizante que la imperfección. Pero, ¿y si el hombre perfecto fuese imperfecto en su perfección? ¿Y si su debilidad fuese precisamente su anhelo de plenitud? Porque el hombre perfecto apenas duerme y apenas tiene vida social; necesita demasiado tiempo para la perfección. Y se frustra cuando algo no sale como debería. Una nimiedad que se desvía del camino trazado le hace sentir un vacío y una agonía que pueden arrastrarle directamente a la depresión. Eso sí, una depresión perfecta.

El hombre perfecto se siente solo. Y por eso nunca puede ser perfecto; nadie le entiende, y nadie le entenderá.

En 1984 fui hospitalizado por aproximarme a la perfección.