Ayer murió Mark Hollis. Hoy la prensa lo recuerda mayormente
por sus logros terrenales: entre 1981 y 1986, al frente de Talk Talk, editó
tres discos de pop nuevaolero, cada uno más exitoso que el anterior, cada uno
más alabado críticamente que el anterior, convirtiéndose en una de las bandas
más reputadas (y populares) del pop de mediados de los 80. Hasta que, hastiados
de la industria musical y con serios problemas personales amenazando su
estabilidad vital, decidieron retirarse de los escenarios, no editar singles,
alejarse de la radio y cerrar su etapa terrenal.
Y es cuando empieza el sueño. Cuando se encierran en un
estudio durante meses para grabar y editar sin cesar hasta esculpir “Spirit of
Eden”, una insólita obra maestra donde la intimidad de la música de cámara
moderna (y especialmente la arquitectura silenciosa de John Cage y Morton
Feldman) se enamoran de la transcendencia espiritual de “In a Silent Way” en el
contexto más vagamente rock que se ha hecho nunca. Su discográfica les echa y
les demanda, el público desaparece y la banda vuelve a encerrarse para concebir
“Laughing Stock”, aún más extremo que el anterior, aún más silencioso y
estridente, aún más transcendente y atemporal. Y entonces Talk Talk no se
separan, se evaporan. Y su influencia sería enorme. La convención dice que
inventaron el post-rock (término que se acuñó para describir el sonido de sus
únicos herederos reales, los también olvidados y soberbios Bark Psychosis) pero
comparar la música de esos dos discos con lo que ha acabado definiendo un
género a estas alturas formulaico e insípido es mucho más que injusto. Es la
música del silencio. Es el arte irrepetible de la negación de la lógica frente
a la pureza. Son, sobre todo, dos de los discos más hermosos y emotivos que se
han hecho.
Mark Hollis se retiraría a la campiña británica con su
familia y sólo volvería al tiempo terrenal una vez más, en 1998, con un álbum
homónimo en solitario que continuaría el sonido anterior en un ambiente más
acústico y pastoral, añadiendo un nuevo fantasma (la influencia del malogrado
compositor italiano Luciano Cilio) para susurrar un disco que modela el
silencio para crear brevemente una impresión de belleza antes de desaparecer
por completo. Y pasar al tiempo del sueño. El tiempo en el que Mark Hollis
siguió creando música en silencio, impulsando con su ausencia la reverberación interminable
de una música que nunca se desvanece del todo, cuyo eco imperceptible en este
mundo sigue alimentando, en su forma más pura y eterna, el alma infinita de ese
espíritu llamado belleza.
Silencio. No hay banda. No hay orquesta. Silencio. Silencio.
Silencio…