martes, 26 de febrero de 2019

El color de la primavera

La mitología aborigen australiana considera que existen dos formas de tiempo paralelas y simultáneas: la realidad diaria y el tiempo del sueño. La primera es en la que vivimos en nuestra consciencia diaria, con la sensación de realidad efímera del mundo terrenal. La segunda, más real que la vida misma, es un tiempo más allá del tiempo donde los espíritus que forman nuestra alma existen en su forma más pura, esencial y eterna.

Ayer murió Mark Hollis. Hoy la prensa lo recuerda mayormente por sus logros terrenales: entre 1981 y 1986, al frente de Talk Talk, editó tres discos de pop nuevaolero, cada uno más exitoso que el anterior, cada uno más alabado críticamente que el anterior, convirtiéndose en una de las bandas más reputadas (y populares) del pop de mediados de los 80. Hasta que, hastiados de la industria musical y con serios problemas personales amenazando su estabilidad vital, decidieron retirarse de los escenarios, no editar singles, alejarse de la radio y cerrar su etapa terrenal.

Y es cuando empieza el sueño. Cuando se encierran en un estudio durante meses para grabar y editar sin cesar hasta esculpir “Spirit of Eden”, una insólita obra maestra donde la intimidad de la música de cámara moderna (y especialmente la arquitectura silenciosa de John Cage y Morton Feldman) se enamoran de la transcendencia espiritual de “In a Silent Way” en el contexto más vagamente rock que se ha hecho nunca. Su discográfica les echa y les demanda, el público desaparece y la banda vuelve a encerrarse para concebir “Laughing Stock”, aún más extremo que el anterior, aún más silencioso y estridente, aún más transcendente y atemporal. Y entonces Talk Talk no se separan, se evaporan. Y su influencia sería enorme. La convención dice que inventaron el post-rock (término que se acuñó para describir el sonido de sus únicos herederos reales, los también olvidados y soberbios Bark Psychosis) pero comparar la música de esos dos discos con lo que ha acabado definiendo un género a estas alturas formulaico e insípido es mucho más que injusto. Es la música del silencio. Es el arte irrepetible de la negación de la lógica frente a la pureza. Son, sobre todo, dos de los discos más hermosos y emotivos que se han hecho.

Mark Hollis se retiraría a la campiña británica con su familia y sólo volvería al tiempo terrenal una vez más, en 1998, con un álbum homónimo en solitario que continuaría el sonido anterior en un ambiente más acústico y pastoral, añadiendo un nuevo fantasma (la influencia del malogrado compositor italiano Luciano Cilio) para susurrar un disco que modela el silencio para crear brevemente una impresión de belleza antes de desaparecer por completo. Y pasar al tiempo del sueño. El tiempo en el que Mark Hollis siguió creando música en silencio, impulsando con su ausencia la reverberación interminable de una música que nunca se desvanece del todo, cuyo eco imperceptible en este mundo sigue alimentando, en su forma más pura y eterna, el alma infinita de ese espíritu llamado belleza.

Silencio. No hay banda. No hay orquesta. Silencio. Silencio. Silencio…

jueves, 25 de enero de 2018

A New Face in Hell

Una de las amargas victorias que podemos atesorar en este implacable sistema capitalista es que, muy a su pesar, la historia al final realmente la escriben los perdedores. Y en música, aún más. Las estrellas comerciales mueren y llenan telediarios, periódicos y tabloides, como imprescindible paso previo al olvido y la irrelevancia. Dudo mucho que pase lo mismo con Mark E. Smith, líder, único miembro permanente y mayormente todo (“… si es Mark E. Smith y tu abuela tocando los bongos, es The Fall”) de una de las grandes bandas de la música contemporánea, fallecido ayer a los 60 años. Dudo que su cara (especialmente su cara) aparezca mañana en la portada de los diarios gratuitos o que las masas acompañen sus restos camino del cementerio (o la letrina) en que acaben sus restos. No hace falta.  Hace tiempo que The Fall dejaron de ser una banda para convertirse en una institución. Cuando aparecieron en plena eclosión del punk en el Manchester de los 70 ellos ya andaban en el post-punk, acunando ese síndrome de Casandra que le acompañaría toda su carrera: The Fall siempre llegaban a los sitios antes que nadie, pero solían haberse ido cuando el público empezaba a fijarse en ellos. Tampoco pareció preocuparle. Quizás por eso en tiempos como estos, tan confusos para lo que un día fue indie y ahora parece puro mercado, Mark E. Smith era, más que nunca, contingente y totalmente necesario. Nunca  hizo dos discos iguales, nunca vendió su música, nunca intentó complacer a su público, nunca renunció a su particular visión del punk (a saber, vive rápido cuarenta años y deja un cadáver feísimo). Nunca, durante cuatro décadas, dejó de ser el faro más brillante del indie británico.

Mark E. Smith es una leyenda, y no puedo evitar compararle con otra de nombre Lou Reed. Al fin y al cabo, los dos fueron anglosajones feos, malhumorados y excesivos con un talento innato para extraer el lirismo que esconde la mugre de nuestra sociedad. Y ambos vieron como su música fue ignorada en su tiempo sólo para convertirse en una influencia casi omnipresente años después. Porque si la Velvet prefiguró el punk y el underground ochentero, sin The Fall es difícil imaginar el post-punk, la movida madchester y buena parte del indie de los 90, con Pavement, Sonic Youth, Blur, Guided by Voices o LCD Soundsystem debiéndoles media vida en su música. Su legado es tan grande que elegir sólo una canción para ilustrarlos es imposible. Pero se intentará.

Mark E. Smith se ha ido y The Fall no existen ya. Pero su gruñido sigue resonando. Siempre iguales, siempre diferentes.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Capitalismo (una historia en tres partes)

PARTE 1: Anoche
Anoche iba hacia el metro de Tribunal para volver a casa cuando, en la confluencia de Valverde y Colón, vi una camiseta en un escaparate que me llamó especialmente la atención. No pude evitar la tentación de buscar posteriormente la tienda en internet; resultó ser una franquicia de ropa, llamada Dear Tee, en cuya web definen unos principios muy reveladores respecto al estilo y tipo de público asociado: “Dear Tee apoya y se considera parte del Slow Fashion Movement…. Dear Tee cree en el valor de la expresión de la personalidad de uno mismo a través de las prendas que usa para vestirse… Dear Tee va más alla del look chic, quiere ofrecer prendas que puedan recuperar el sentido artístico del vestir…” En sus campañas publicitarias, nombres de personalidad tan acusada como Patricia Conde y Cristina Pedroche. La camiseta en cuestión era su camiseta Flipper. En la descripción de la misma: “Si te gusta elaborar looks llamativos y diferentes ¡esta es tu prenda sin duda alguna! El nombre del famoso delfín se complementa con un dibujo de un tiburón con la boca abierta, graciosa contraposición. La caricatura parece estar hecha por los más pequeños, con lo que aumenta mucho el atractivo de la prenda… Está diseñada en España

PARTE 2: Kurt Cobain
Kurt Cobain es y será siempre un incomprendido. Para empezar, a sus Nirvana los colocaron en el gueto del grunge; error manifiesto. El grunge era un movimiento “rock”, la base de Nirvana era el punk. Y Cobain encarnaba el mejor tipo de punk americano de los 80, el culto adorador de todas las bandas del underground que pasaron aparentemente sin pena de gloria en su día pero acabaron erigiéndose en influencias clave para la música que vendría después, principalmente todas las cosas indie.
Cuando fichó por una multi, Cobain no pretendía venderse; al contrario, su plan original era utilizar el poder publicitario y la visibilidad que le facilitaba el dinero corporativo para promover esa música minoritaria que adoraba. Siempre pensó que falló: cuando se suicidó, una de las razones que se esgrimió fue cómo se vio traicionado por el sistema al ver que sus buenas intenciones fueron pervertidas, ya que en vez de conseguir que el underground asaltara la música comercial, fue la industria musical la que absorbió la superficie del underground (su look “chic”) y aplastó toda la esencia y la sustancia. (Las drogas y Courtney Love también ayudaron, vale, pero eso es otro tema.)
Lo cierto es que lo anterior es cierto, pero también es cierto que Cobain ayudó a sacar del oscurantismo a muchas bandas legendarias: yo personalmente le debo a los Meat Puppets, pero la larga lista incluye también a gente como los Melvins, Mudhoney, los Vaselines, Half Japanese e incluso, en buena parte, Jesus Lizard y Sonic Youth. Y sí, también Flipper, cuyo nombre se hizo popular en los noventa debido a una camiseta hecha a mano con su logo que Kurt Cobain lució en varias apariciones públicas de la época.

PARTE 3: Flipper
Flipper son una de las bandas más importantes del punk americano. Nacidos a finales de los setenta en uno de los epicentros del hardcore (San Francisco), enseguida se convirtieron en una de los grupos más personales de la escena: mientras sus compañeros basaban su música en la velocidad y el chiste fácil, Flipper ralentizaron el ritmo, retorcieron las guitarras y dieron varias toneladas extras al bajo creando un sonido denso, agobiante, esquizofrénico y más pesado que cualquier otra banda punk, inventando de facto tanto el sludge metal como el noise rock y convirtiéndose en uno de los nombres seminales del punk moderno, cuya influencia ha iluminado a los Melvins, Black Flag, Jesus Lizard o Nirvana. En palabras de Henry Rollins: "They were just heavy. Heavier than you. Heavier than anything...When they played they were amazing".
Aparte de su sonido, Flipper siempre fueron fieles a la filosofía punk más radical. Vivían al día, giraban sin parar, hacían apología constante del alcohol, las drogas y las enfermedades venéreas. Tres de sus bajistas murieron de sobredosis. Y, por supuesto, no vendían merchandising. Por eso sus fans empezaron a lucir camisetas hechas a mano con su logo, como expresión máxima de pasión por la banda y de la filosofía DIY que caracteriza el punk. Como la que se hizo Kurt Cobain. Como la que vende Dear Tee.
Y he aquí que acaba nuestra historia. ¿La moraleja? Da igual que te vendas o no al capitalismo, cuando quiere algo de tí te lo va acabar arrebatando. Va a coger todo lo bello y especial de este mundo y lo va a pervertir y blanquear hasta que la banda de punk más salvaje y desagradable de siempre se convierta en una graciosa caricatura de consumo masivo para jóvenes con poca personalidad y mucho dinero de papá en los bolsillos.
…aunque, por otra parte, quizás no sea tan malo. Al fin y al cabo, todo lo anterior también ha servido para que ahora mismo esté compartiendo este llenapistas en la portada de cuyo single apareció por primera vez el logo en cuestión. Y para que miles de millenials promocionen sin querer uno de los sonidos más gloriosamente disonantes y vomitivos de siempre. Porque, pase lo que pase, FLIPPER RULES.

jueves, 13 de octubre de 2016

Algobia bandcamp

Hay una razón por la cuál llevo tanto tiempo sin escribir y desatendiendo el blog: he estado creando otras cosas. Y esas cosas tienen ya un bandcamp. Cualquier reproducción, descarga (gratuita, por supuesto) y recomendación será bien recibida.

viernes, 26 de agosto de 2016

Un hombre perfecto

Nadie quiere a un hombre perfecto. Nunca se sabrá si le odian, le temen o le envidian. Es probable que sea una mezcla de todo.

El hombre perfecto es aquel que intenta hacer todo siempre bien. No hay debilidades porque la debilidad es imperfecta. No hay desconocimiento, procrastinación o error. Y le odian porque piensan que ha nacido así, pero se equivocan. El hombre perfecto no nace, se hace. El hombre perfecto se preocupa de que todo salga siempre bien: si se va de viaje se preocupa de mirar de antemano el transporte desde el aeropuerto (y compra los billetes), las cosas que ver y sus horarios, los restaurantes recomendados en cada zona. El objetivo es simple: la estancia será perfecta. Pero te odiarán por ello.

Al hombre perfecto le odian porque no le ven humano. Al fin y al cabo no hay nada más humanizante que la imperfección. Pero, ¿y si el hombre perfecto fuese imperfecto en su perfección? ¿Y si su debilidad fuese precisamente su anhelo de plenitud? Porque el hombre perfecto apenas duerme y apenas tiene vida social; necesita demasiado tiempo para la perfección. Y se frustra cuando algo no sale como debería. Una nimiedad que se desvía del camino trazado le hace sentir un vacío y una agonía que pueden arrastrarle directamente a la depresión. Eso sí, una depresión perfecta.

El hombre perfecto se siente solo. Y por eso nunca puede ser perfecto; nadie le entiende, y nadie le entenderá.

En 1984 fui hospitalizado por aproximarme a la perfección.

viernes, 28 de agosto de 2015

Sonorgámisco

















Esta crónica del Sonorama llega con una semana de retraso. Podría decir que la felicidad derrochada en el festival me ha embriagado tanto que me he pasado la última semana atontado, flotando en una burbuja de recuerdos y añoranza por los momentos vividos. Podría decir que el agotamiento físico ha pasado factura y necesitaba una semana de descanso y restauración mental antes de ordenar las impresiones del festival. En el fondo, simplemente no he tenido tiempo y entre unas cosas y otras se me ha pasado ponerme a la tarea. Pero mejor tarde que nunca, así que ahí va la crónica FrankieFrankie del Sonorama.

Todo el mundo que ha ido al Sonorama repite, y lo hace en base al argumento repetido como mantra por todos los sonoritos (los sonorgásmicos también existimos, pero somos pocos y exclusivos): el Sonorama es más que un festival. Y es cierto. Para bien y para mal. Porque, para mal, el ambiente, el evento, el sentido de comunidad y la cercanía del festival llevan muchos años ya tapando sus carencias musicales. Lejos quedan los tiempos en que por estas tierras castellanas te podías encontrar a Mogwai o Teenage Fanclub; el Sonorama actual está especializado en “indie” español. Lo segundo no está entrecomillado porque no hay nada que matizar: el Sonorama es un festival dedicado a promocionar música de la tierra, y su labor en ese sentido es impecable e irreprochable. Lo segundo lleva comillas por una razón: ese “indie” es la versión actual, modernilla y gafapastista de lo que una vez se entendió como música independiente. El indie de ahora es inofensivo, poperillo, falsamente transcendente y presuntamente poético. Y en esa escena el Sonorama es la piedra angular: aquí los grupos empiezan ganando fanáticos en la Plaza del Trigo, se consolidan en el escenario principal y acaban llenando tres noches seguidas el Palacio de los Deportes (véase Vetusta Morla; en próximas entregas, Supersubmarina e Izal). Al Sono le falta sangre y mala leche, pero le sobra diversión y alegría.

Con el festival dividido como siempre en dos entornos, las mañanas en el pueblo siguen siendo el fuerte del festival. A mediodía uno ya está metido en la multitud, viendo litronas de cerveza surgir espontáneamente y siendo manguereado religiosamente desde los balcones para luchar contra el calor (aunque este año sólo aparecieron el último día; hizo más bien frío). Por el escenario trampolín brillaron sobre todos Los Nastys, curiosamente los primeros en pisarlo. El grupo madrileño, de origen manchego, bautizó el escenario con una buena dosis de punk sucio, garajero e insistente, que igual podían sonar a los Stooges que a los Fall más desatados. Fue un buen preludio para una sesión intensiva de wannabevetusta que vimos circular por allí (Señores, Nunatak, Full) dónde sólo destacó Jacobo Serra, un chico risueño hacedor de buen folk enraizado y añejo que ayudó a desperezar al personal la mañana del viernes. Sin olvidar, por supuesto, a ese momento de teatro del absurdo lisérgico-festivo de Belize, una familia de tropecientos chavales imberbes de aspecto sospechosamente opusiano y artífices de un pop tan tan tan tan blanco que te entran ganas de vomitar arcoírises. Si a Jacobo Serra antes, y a Full después, la plaza los despidió al grito de “Escenario principal”, Belize se marcharon con el gentío entonando un sentido “Alabaré a mi Señor”. Al día siguiente la prensa los encumbró como la revelación del festival. Definitivamente le echan algo al agua de Aranda en esas fechas…

Cuando acaban los conciertos en la Plaza del Trigo el ritual dice que el fiel sonorgásmico debe sentarse en cualquier esquina acompañado de un bocata y un cachi de croquetas (o de lo que guste; aquí todo se sirve en formato cachi. Y para beber, albóndigas…) y coger fuerzas para darlo todo el resto de la tarde bailando frente al bus de Red Bull o en el Café Central, donde la pincha (Estela, tan símbolo del Sonorama como las bodegas o los disfraces absurdos) te pondrá todas las canciones que te sabes de memoria, poniendo en peligro tu asistencia al recinto.

Porque el recinto está lejos y los conciertos empiezan pronto, así que un servidor se dejó liar y acabó perdiéndose SMILE, Sexy Zebras o Grupo de Expertos Solynieve. Sí llegué a tiempo el primer día para ver a Australian Blonde y su ChupChup; y  de ahí a dos de los conciertos más extraños e interesantes del festival: Morente Vive!, un espectáculo dónde las hijas de Morente (Estrella y Soleá) se hicieron acompañar de un grupo flamenco primero y de Los Evangelistas (oséase, Jota y Floren de Los Planetas, Antonio Arias de Lagartija Nick y Eric Jiménez de ambos) después para revivir parte del cancionero del genio granaíno resucitar el legendario “Omega”). Y Toreros Muertos, el grupo de rock coña que Pablo Carbonell lideró a principios de los ochenta y que olía a vieja gloria recauchutada pero que sorprendió con un concierto potente, entregado y obviamente divertido. El resto de la noche lo completaron Dorian, Dinero y La Habitación Roja. Mentiría si recuerdo algo de los primeros, entretenidos en el momento y totalmente olvidados un segundo después. Lo de La Habitación Roja es caso aparte: grupo básico de la movida indie de los 90, han tenido la “suerte” de aguantar lo suficiente como para capitalizar el tirón actual del género pero la desgracia de hacerlo con sus peores discos. El resultado es un cambio generacional en su público, ávido de oír los sinsentidos recientes que la banda despacha con mucho gusto, olvidándose de su mejor cancionero (que sólo sonase una canción de “Nuevos Tiempos” dice mucho, y poco bueno, al respecto). Al día siguiente se redimirían…

El viernes era el día de Calexico, a pesar de estar programados a una hora extraña y estar acompañados de bastante menos público del que la ocasión merecería. Empezaron sufriendo el síntoma  de cualquier gira: hay que presentar el nuevo disco, aunque sea el más flojo de su carrera (como es el caso). El sonido inmaculado mantuvo el interés, y a partir de la mitad por suerte se desataron en aluvión de clásicos (Crystal Frontier, All Systems Red, versiones de Alone Again Or y Corona) antes de un brillante final con una larguísima Güero Canelo entremezclándose con retales de El cuarto de Tula. Sólo otro grupo se acercó esa noche: La M.O.D.A (Maravillosa Orquesta del Alcohol), un porrón de burgaleses que desataron un rock primario y festivo que movió a las masas y ayudó a bajar la enormérrima intensidad con que los señores de Supersubmarina nos habían cebado un poco antes (por lo visto no vale con empezar con una canción que se vuelve épica, dramática y bigger than life en menos de cuatro minutos; hay que tocar quince más exactamente iguales. El signo de los tiempos…).

El sábado, por el contrario, era un día cargadito. La organización sabía que era el día de afluencia masiva y se reservó a pesos pesados, para bien y para mal. En la parte buena, Mercromina dieron otro concierto inmaculado recordando que son uno de nuestros grupos más importantes y únicos de nuestra historia. Bigott nos regaló otra interpretación delirante mezclando piezas de pop inmaculado entre las cuales el personaje nos arrancaba las lágrimas por momentos; impagable el preludio cuando salió, aún entre penumbras, a replicar a su manera lo que Xoel López (que se marcó un concierto acústico, enorme para unos y cortavenas para otros) hacía a la vez en el escenario principal. Y Berri Txarrak nos quitó las telarañas con un concierto sólido y potente que mezcló el hardcore de sus años mozos con el indie rock más directo de sus últimos discos. Nos despedimos con Sidonie, que si bien han perdido parte de la frescura de sus primeros años siguen siendo un grupo innegablemente divertido y pegadizo en directo. Ah, bueno, también tocaron unos tales Vetusta Morla que congregaron a una chavalada masiva en el concierto con diferencia más concurrido del festival. Con todo el dolor de mi sensible corazón me lo perdí. Aproveché para visitar los puestos de comida sabiendo que no habría nadie. No me arrepiento. No me peguéis, porfi.

Y, antes de acabar, las sorpresas. El Sono es un festival casi familiar donde los artistas se mezclan con el público y todo el mundo se llevan también con todo el mundo que algunos grupos acaban regalando conciertos sorpresas en los huecos que deja la programación. Y los grandes triunfadores fueron, aquí sí, La Habitación Roja. Tras la maratón mañanera del viernes, aparecieron en el escenario de la Plaza del Trigo para tocar las canciones de su vida. O lo que es lo mismo, versionar a Bowie, The Cure, Joy Division, The Smiths, R.E.M., The Stone Roses… Fue, por emotivo, por nostálgico y por entregado el concierto más memorable del festival, el momento de auténtica comunión buenrollista que el Sono siempre promete pero no siempre consigue. El sábado parece que hubo otro similar con algunos de los artistas principales (Zahara, Depedro, Xoel López) versionando canciones de otros (véase Que No, Turnedo, Mi Realidad…) Este me lo perdí pero involuntariamente: tuve que salir a evacuar la cerveza y no pude volver a entrar. Por primera vez en quince años de festival, Protección Civil tuvo que hacer acto de presencia para limitar el aforo en una Plaza del Trigo en la que no cabía ni otro quejido de Pucho. Se nos fue de las manos…



jueves, 4 de junio de 2015

Crónica del Primavera Sound 2015

Otro año que pasa, otro Primavera Sound que acaba y otra crónica que escribimos. A priori, este 2015 (que marca el décimoquinto aniversario del festival) tenía una programación algo más flojo, con pocas cabezas de cartel claras y sin ningún concierto “épico” a la vista. Por suerte, además de relajar algo la tensión de los horarios y evitar en buena parte los dolorosos solapes (aunque doloroso fue no poder ver a Battles y Health), también ha ayudado a que los que han venido hayan cumplido en general a muy buen nivel. No ha habido grandes decepciones (lo malo era realmente esperable) aunque tampoco ninguna revelación. En su lugar, lo que hemos tenido es tres días de buenos conciertos y bandas sólidas demostrando su buen hacer.


Lo mejor

· The Replacements: para unos cuantos, esete redactor incluido, este era el verdadero plato fuerte del festival. La banda más icónica de aquella imprescindible movida underground americana de los ochenta, qué tan bien retrataron ellos mismos en su himno “Left of the Dial”, los Replacements también pueden presumir del directo más legendario, dónde la energía punk de sus orígenes sólo solía ser comparable con su nivel de alcohol en vena. Por eso su vuelta era también la mayor incógnita, tras casi 25 años sin tocar juntos y con sólo dos miembros originales (Paul Westerberg y Tommy Stinson) enrolados. Las dudas desaparecieron en cuanto Westerberg acometió los rasgueos y berreos de Takin’ a Ride (primera canción de su primer disco, para empezar) a la que siguió hora y cuarto de energía pura y cruda, sonido inmaculado y muchas canciones. Sobre todo canciones. Sonaron los grandes clásicos (Bastards of Young, My Favourite Thing, Alex Chilton, Colour Me Impressed…), alguna sorpresa agradable (Tommy Gets His Tonsils Out, Achin’ to Be) y un par de versiones brillantes de los Jackson 5 y Chuck Berry. Y según salían a acometer el bis y Westerberg derribaba de una patada su micrófono, uno veía en ese acto de rabia la venganza furiosa de una banda, y toda una escena, que lograron ganar la batalla de los ochenta para perder finalmente la guerra contra el rock corporativo con el que intentaron acabar (sólo hay que ver lo que se oye hoy en día en cualquier radio de “rock” para ponerse derrotista al respecto). Por eso, más que nunca, los Replacementes no sólo son contingentes sino necesarios. Los grandes triunfadores.

· Ride: otra banda de culto, esta de los primeros 90, que volvían casi casi ex profeso (el del Primavera fue el primer concierto de reunión que anunciaron) y sobre los que se mezclaba la incertidumbre con la expectación. El shoegaze se llamó así por la tendencia de sus grupos a pasarse los conciertos quietos y mirando al suelo (no a los zapatos sino a las pedaleras de efectos). En aquella escena, Ride siempre barrieron con un directo salvaje y activo, dónde la densidad de sonido se unía a una actitud puramente setentera y unas canciones donde el shoegaze se mezclaba con rock stoniano, armonías vocales robadas a los Byrds y post-punk de estadio à la The Cure. Por supuesto, todo esto antes de que el condenado britpop apareciese y la banda decidiese difuminar su identidad en vanos intentos de plagiar a Oasis. Por suerte, los Ride que pasaron por Barcelona correspondieron a su primera encarnación y regalaron el concierto más potente y contundente del festival, con un repertorio impecable y casi casi copiando la experiencia (y el setlist) de sus directos de antaño, empezando por Leave Them All Behind y acabando con Vapour Trail, Drive Blind (interludio de ruido puro incluido) y Chelsea Girl. Y no, no faltaron Seagull, Like a Daydream, Taste o Dreams Burn Down. Una delicia.

· Swans: parece casi obsceno volver a escribir de Swans tras verles en directo por tercera vez y ser tan friki de la banda como para aparecer como “Productor Ejecutivo” en los créditos de su último disco (la historia es verídica, podéis buscar mi nombre en el libreto). Pero Swans son mayormente la mejor banda de “rock” (las comillas no entran en vano) del momento, como atestiguan sus tres últimos discos y un directo arrollador y siempre distinto. Su propuesta es muy personal y nada fácil: uno debe saber que se va a encontrar ante monolitos de media hora basados en ritmos rígidos mimetizados en maquinaria industrial, disonancia, ruido puro y aullidos de otro mundo. “Rock” se entrecomilla porque lo que hacen Swans es usar instrumentación de rock para crear una música que más bien usa estructuras y composiciones propias de la música contemporánea (Ligeti viene inevitablemente a la mente) y un impacto y agresividad más bien sacada del mejor metal. Una experiencia diferente y difícil, pero siempre gratificante.


Lo bueno:

· Tori Amos / The Julie Ruin / Sleater-Kinney: si había una temática en el cartel de este año era el de las mujeres. Parece que al Primavera, como al pasado festival de Cannes, le reprocharon la poca presencia femenina en el cartel y decidió redimirse trayendo a algunas de las grandes leyendas del feminismo musical. Por allí pasó Patti Smith, a la que no pude ver por problemas de horario pero de la que todos los cronistas han hablado maravillas. Sí que pudimos ver a Tori Amos, musa de todo lo alternativo, dejando boquiabierto al público a media tarde y la única ayuda de su(s) piano(s). A The Julie Ruin, activismo lo-fi en un concierto lleno de energía y mensaje. Y a Sleater-Kinney, la gran banda de aquel riot grrrl de los 90 que, tras un parón de casi una década para dedicarse a algo tan poco punk como formar una familia, han vuelto con discazo y un directo enorme. A seguir así. Para el año que viene queremos a Kate Bush y PJ Harvey …

· Sunn O))): si hay un grupo actual “difícil” es esta banda de amantes del feedback que se suele catalogar dentro de la extraña etiqueta drone doom metal. O sea, acordes de guitarra repetidos hasta la saciedad con la distorsión al 11, acoples y disonancia a tutti y algún que otro ruido gutural por cantante entre medias. Su propuesta es muy particular pero su directo se ha convertido en un espectáculo inmaculado, con una parte visual muy llamativa y un sonido directamente masivo. No es un concierto que repetiría a diario, pero sí una experiencia impagable.

· Einstürzende Neubauten: otra de las leyendas que pasaban por el festival y que no lo tuvo fácil. Les tocó lidiar con el fútbol, el escenario de peor sonido y una duración muy limitada (cosas con las que su líder, Blixa Bargeld, no ocultó su malestar). Y respondieron con un puñado de canciones de ese pop embrujado que llevan practicando desde hace tiempo usando como materia prima mayormente cualquier cosa que tengan a mano, ya sean tuberías de PVC, tornillería varia o una turbina de gas. Un concierto inmaculado cuya peor parte fue saber a poco, en duración y en sonido.

· Spiritualized: Jason Pierce lleva ya más de dos décadas difundiendo su rock mesiánico y el callo se nota: su directo es uno de los más sólidos y fiables de la actualidad. Si lo unes a una banda estupenda y un repertorio lleno de joyas (oímos Shine a Light, Electricity, Soul on Fire o Walking with Jesus, palabras mayores) el resultado no puede salir mal. Falló una vez más el sonido, gracias a ese escenario ATP que por alguna extraña razón siempre tiene el mejor cartel pero el sonido más pobre.

· Mercromina: no sólo de reuniones anglosajones vive el festival; no hay duda de que estos señores de Albacete han vuelto poco más que por explotar económicamente la nostalgia, pero su cancionero es irreprochable y su directo explota perfectamente esa mezcla de ruidismo melódico y arreglos suntuosos que tan buena consideración les dio hace ya unos tres lustros. Sólo un pequeño pero: no hace falta tocar tan alto. Todavía me duele el oído izquierdo…

· Underworld + Caribou: la electrónica festivalera suele ser poco más que un señor con grandes auriculares alrededor del cuello agitando las manos. Por eso siempre agrada ver a grupos de electrónica que dedican sus directos a mostrar sus armas más allá de tanta maquinita. Cierto que Rick Smith se pasó todo el concierto de Underworld parapetado tras sus teclados, pero Karl Hyde no paró de cantar, bailar o agarrar el bajo y la guitarra mientras tocaban integró Dubnobasswithmyheadman, que es sencillamente uno de los tres o cuatro discos de techno más importantes de siempre. Y un poco después, y como fin de fiesta, Caribou demostraban que ya no son simplemente el proyecto de pop electrónico de Dan Snaith sino una banda completa, orgánica y potente capaz de mostrar una nueva dimensión a la música de baile a base de pegada, precisión y un irresistible toque de pop melancólico que inunda todo lo que hacen. Un final brillante para el festival.


Lo malo:

· Belle & Sebastian: me duele meterles aquí siendo, como son, una de las bandas de mi vida, pero lo cierto es que en el último par de discos los de Glasgow han ganado público, popularidad y universalidad perdiendo por el camino buena parte de la magia que les hizo tan especiales. Y el concierto que dieron no hizo más que afianzar esa sensación: todo excesivamente limpio, bonito y predecible, buscando más agradar que convencer. El repertorio tampoco ayudó (sólo al final pudimos oír cosas como Get Me Away I’m Dying o The Boy with the Arab Strap). Una pena.

· The Strokes: sería la gran decepción del festival sino fuese porque, personalmente, a estas alturas poco podía esperar de un grupo que lleva más de diez años sin hacer un buen disco y que, para empezar, nunca fueron realmente tan buenos. Frente a la sobriedad de, por ejemplo, unos Interpol (que también tocaron en Barcelona pero por desgracia no pude ver), los Strokes siempre vendieron más pose y actitud que música, y su directo no hace más que confirmar esa sensación. Un concierto desganado y aburrido, entregado a la dinámica canciónviejaentrecancionesnuevasparaqueelpúbliconohuya que, aun así, fue probablemente el más masivo del festival. Cosas de modernos.

· The Black Keys: no se debería juzgar un concierto que no se ha visto, pero necesito rellenar esta parte de la crónica y tampoco es que me resulte difícil criticar a esta banda. Los Black Keys son otro ejemplo perfecto del mesianismo roquero actual: banda maja (pero sólo maja) elevada a los altares por cierta prensa musical molona y buena parte del público, con especial predilección entre aquellos talibanes que siguen defendiendo que el rock (pero sólo el rock retrógado y convencional, eh) es la única “música de verdad”. Lo cierto es que mientras tocaban los Black Keys yo andaba cenando aprovechando que la zona de comidas estaba vacía (fue el otro concierto masivo del Primavera) y, según la prensa, todo lo dicho sobre los Strokes se aplica también a estos señores. Malos tiempos para ese rock bigger tan life…


· La organización: ya se lleva tiempo diciendo que el Primavera se ha vuelto demasiado grande y acaba cayendo en decisiones discutibles. Una vez más, la distribución de escenarios fue complicada (y el sonido en alguno de ellos, especialmente ATP, deficiente) y el Hidden Stage volvió a convertirse en pesadilla (para hacerlo más divertido, las entradas se recogían justo a partir de la misma hora en que abría el recinto, así que los cien metros lisos eran obligatorios). Además, programaron antes del jueves algunos conciertos muy interesantes (mis OMD, para empezar) que no repitieron durante el festival. Y la cerveza subió de precio y bajó de cantidad. Y los mochilaman que la venden en medio de los conciertos me siguen pareciendo una falta de respeto a los artistas y su música. Y de lo de poner una pantalla gigante en el recinto para ver el partido del Barsa ni hablamos… En fin, problemas del primer mundo.