Otro año que pasa, otro Primavera
Sound que acaba y otra crónica que escribimos. A priori, este 2015 (que marca
el décimoquinto aniversario del festival) tenía una programación algo más
flojo, con pocas cabezas de cartel claras y sin ningún concierto “épico” a la
vista. Por suerte, además de relajar algo la tensión de los horarios y evitar
en buena parte los dolorosos solapes (aunque doloroso fue no poder ver a
Battles y Health), también ha ayudado a que los que han venido hayan cumplido
en general a muy buen nivel. No ha habido grandes decepciones (lo malo era
realmente esperable) aunque tampoco ninguna revelación. En su lugar, lo que
hemos tenido es tres días de buenos conciertos y bandas sólidas demostrando su
buen hacer.
Lo mejor
· The Replacements: para unos cuantos, esete redactor
incluido, este era el verdadero plato fuerte del festival. La banda más icónica
de aquella imprescindible movida underground
americana de los ochenta, qué tan bien retrataron ellos mismos en su himno
“Left of the Dial”, los Replacements también pueden presumir del directo más
legendario, dónde la energía punk de sus orígenes sólo solía ser comparable con
su nivel de alcohol en vena. Por eso su vuelta era también la mayor incógnita,
tras casi 25 años sin tocar juntos y con sólo dos miembros originales (Paul
Westerberg y Tommy Stinson) enrolados. Las dudas desaparecieron en cuanto
Westerberg acometió los rasgueos y berreos de Takin’ a Ride (primera canción de su primer disco, para empezar) a
la que siguió hora y cuarto de energía pura y cruda, sonido inmaculado y muchas
canciones. Sobre todo
canciones. Sonaron los grandes clásicos (Bastards
of Young, My Favourite Thing, Alex Chilton, Colour Me Impressed…), alguna
sorpresa agradable (Tommy Gets His
Tonsils Out, Achin’ to Be) y un
par de versiones brillantes de los Jackson 5 y Chuck Berry. Y según
salían a acometer el bis y Westerberg derribaba de una patada su micrófono, uno
veía en ese acto de rabia la venganza furiosa de una banda, y toda una escena,
que lograron ganar la batalla de los ochenta para perder finalmente la guerra
contra el rock corporativo con el que intentaron acabar (sólo hay que ver lo
que se oye hoy en día en cualquier radio de “rock” para ponerse derrotista al
respecto). Por eso, más que nunca, los Replacementes no sólo son contingentes
sino necesarios. Los grandes triunfadores.
· Ride: otra banda de culto, esta de los primeros 90, que volvían
casi casi ex profeso (el del Primavera fue el primer concierto de reunión que anunciaron)
y sobre los que se mezclaba la incertidumbre con la expectación. El shoegaze se llamó así por la tendencia
de sus grupos a pasarse los conciertos quietos y mirando al suelo (no a los
zapatos sino a las pedaleras de efectos). En aquella escena, Ride siempre
barrieron con un directo salvaje y activo, dónde la densidad de sonido se unía
a una actitud puramente setentera y unas canciones donde el shoegaze se mezclaba con rock stoniano, armonías vocales robadas a los
Byrds y post-punk de estadio à la The
Cure. Por supuesto, todo esto antes de que el condenado britpop apareciese y la
banda decidiese difuminar su identidad en vanos intentos de plagiar a Oasis.
Por suerte, los Ride que pasaron por Barcelona correspondieron a su primera
encarnación y regalaron el concierto más potente y contundente del festival,
con un repertorio impecable y casi casi copiando la experiencia (y el setlist)
de sus directos de antaño, empezando por Leave
Them All Behind y acabando con Vapour
Trail, Drive Blind (interludio de
ruido puro incluido) y Chelsea Girl. Y no, no faltaron Seagull, Like a Daydream, Taste o Dreams Burn Down. Una delicia.
· Swans: parece casi obsceno volver a escribir de Swans tras verles
en directo por tercera vez y ser tan friki de la banda como para aparecer como
“Productor Ejecutivo” en los créditos de su último disco (la historia es
verídica, podéis buscar mi nombre en el libreto). Pero Swans son mayormente la
mejor banda de “rock” (las comillas no entran en vano) del momento, como
atestiguan sus tres últimos discos y un directo arrollador y siempre distinto.
Su propuesta es muy personal y nada fácil: uno debe saber que se va a encontrar
ante monolitos de media hora basados en ritmos rígidos mimetizados en
maquinaria industrial, disonancia, ruido puro y aullidos de otro mundo. “Rock”
se entrecomilla porque lo que hacen Swans es usar instrumentación de rock para
crear una música que más bien usa estructuras y composiciones propias de la
música contemporánea (Ligeti viene inevitablemente a la mente) y un impacto y
agresividad más bien sacada del mejor metal.
Una experiencia diferente y difícil, pero siempre gratificante.
Lo bueno:
· Tori Amos / The Julie Ruin / Sleater-Kinney: si había una temática
en el cartel de este año era el de las mujeres. Parece que al Primavera, como
al pasado festival de Cannes, le reprocharon la poca presencia femenina en el
cartel y decidió redimirse trayendo a algunas de las grandes leyendas del
feminismo musical. Por allí pasó Patti Smith, a la que no pude ver por
problemas de horario pero de la que todos los cronistas han hablado maravillas.
Sí que pudimos ver a Tori Amos, musa de todo lo alternativo, dejando
boquiabierto al público a media tarde y la única ayuda de su(s) piano(s). A The
Julie Ruin, activismo lo-fi en un concierto lleno de energía y mensaje. Y a
Sleater-Kinney, la gran banda de aquel riot
grrrl de los 90 que, tras un parón de casi una década para dedicarse a algo
tan poco punk como formar una
familia, han vuelto con discazo y un directo enorme. A seguir así. Para el año
que viene queremos a Kate Bush y PJ Harvey …
· Sunn O))): si hay un grupo actual “difícil” es esta banda de
amantes del feedback que se suele
catalogar dentro de la extraña etiqueta drone
doom metal. O sea, acordes de guitarra repetidos hasta la saciedad con la distorsión
al 11, acoples y disonancia a tutti y
algún que otro ruido gutural por cantante entre medias. Su propuesta es muy
particular pero su directo se ha convertido en un espectáculo inmaculado, con
una parte visual muy llamativa y un sonido directamente masivo. No es un concierto
que repetiría a diario, pero sí una experiencia impagable.
· Einstürzende Neubauten: otra de las leyendas que pasaban por el
festival y que no lo tuvo fácil. Les tocó lidiar con el fútbol, el escenario de
peor sonido y una duración muy limitada (cosas con las que su líder, Blixa
Bargeld, no ocultó su malestar). Y respondieron con un puñado de canciones de
ese pop embrujado que llevan practicando desde hace tiempo usando como materia
prima mayormente cualquier cosa que tengan a mano, ya sean tuberías de PVC,
tornillería varia o una turbina de gas. Un concierto inmaculado cuya peor parte
fue saber a poco, en duración y en sonido.
· Spiritualized: Jason Pierce lleva ya más de dos décadas difundiendo
su rock mesiánico y el callo se nota: su directo es uno de los más sólidos y
fiables de la actualidad. Si lo unes a una banda estupenda y un repertorio
lleno de joyas (oímos Shine a Light, Electricity, Soul on Fire o Walking with
Jesus, palabras mayores) el resultado no puede salir mal. Falló una vez más
el sonido, gracias a ese escenario ATP que por alguna extraña razón siempre
tiene el mejor cartel pero el sonido más pobre.
· Mercromina: no sólo de reuniones anglosajones vive el festival; no
hay duda de que estos señores de Albacete han vuelto poco más que por explotar
económicamente la nostalgia, pero su cancionero es irreprochable y su directo
explota perfectamente esa mezcla de ruidismo melódico y arreglos suntuosos que
tan buena consideración les dio hace ya unos tres lustros. Sólo un pequeño
pero: no hace falta tocar tan alto. Todavía me duele el oído izquierdo…
· Underworld + Caribou: la electrónica festivalera suele ser poco más
que un señor con grandes auriculares alrededor del cuello agitando las manos.
Por eso siempre agrada ver a grupos de electrónica que dedican sus directos a
mostrar sus armas más allá de tanta maquinita. Cierto que Rick Smith se pasó
todo el concierto de Underworld parapetado tras sus teclados, pero Karl Hyde no
paró de cantar, bailar o agarrar el bajo y la guitarra mientras tocaban integró
Dubnobasswithmyheadman, que es sencillamente
uno de los tres o cuatro discos de techno
más importantes de siempre. Y un poco después, y como fin de fiesta, Caribou
demostraban que ya no son simplemente el proyecto de pop electrónico de Dan
Snaith sino una banda completa, orgánica y potente capaz de mostrar una nueva
dimensión a la música de baile a base de pegada, precisión y un irresistible
toque de pop melancólico que inunda todo lo que hacen. Un final brillante para
el festival.
Lo malo:
· Belle & Sebastian: me duele meterles aquí siendo, como son,
una de las bandas de mi vida, pero lo cierto es que en el último par de discos
los de Glasgow han ganado público, popularidad y universalidad perdiendo por el
camino buena parte de la magia que les hizo tan especiales. Y el concierto que
dieron no hizo más que afianzar esa sensación: todo excesivamente limpio,
bonito y predecible, buscando más agradar que convencer. El repertorio tampoco
ayudó (sólo al final pudimos oír cosas como Get
Me Away I’m Dying o The Boy with the
Arab Strap). Una pena.
· The Strokes: sería la gran decepción del festival sino fuese
porque, personalmente, a estas alturas poco podía esperar de un grupo que lleva
más de diez años sin hacer un buen disco y que, para empezar, nunca fueron
realmente tan buenos. Frente a la sobriedad de, por ejemplo, unos Interpol (que
también tocaron en Barcelona pero por desgracia no pude ver), los Strokes
siempre vendieron más pose y actitud que música, y su directo no hace más que
confirmar esa sensación. Un concierto desganado y aburrido, entregado a la
dinámica canciónviejaentrecancionesnuevasparaqueelpúbliconohuya que, aun así,
fue probablemente el más masivo del festival. Cosas de modernos.
· The Black Keys: no se debería juzgar un concierto que no se ha
visto, pero necesito rellenar esta parte de la crónica y tampoco es que me
resulte difícil criticar a esta banda. Los Black Keys son otro ejemplo perfecto
del mesianismo roquero actual: banda maja (pero sólo maja) elevada a los
altares por cierta prensa musical molona y buena parte del público, con
especial predilección entre aquellos talibanes que siguen defendiendo que el
rock (pero sólo el rock retrógado y convencional, eh) es la única “música de
verdad”. Lo cierto es que mientras tocaban los Black Keys yo andaba cenando
aprovechando que la zona de comidas estaba vacía (fue el otro concierto masivo
del Primavera) y, según la prensa, todo lo dicho sobre los Strokes se aplica
también a estos señores. Malos tiempos para ese rock bigger tan life…
· La organización: ya se lleva tiempo diciendo que el Primavera se
ha vuelto demasiado grande y acaba cayendo en decisiones discutibles. Una vez
más, la distribución de escenarios fue complicada (y el sonido en alguno de
ellos, especialmente ATP, deficiente) y el Hidden Stage volvió a convertirse en
pesadilla (para hacerlo más divertido, las entradas se recogían justo a partir
de la misma hora en que abría el recinto, así que los cien metros lisos eran
obligatorios). Además, programaron antes del jueves algunos conciertos muy
interesantes (mis OMD, para empezar) que no repitieron durante el festival. Y la
cerveza subió de precio y bajó de cantidad. Y los mochilaman que la venden en medio de los conciertos me siguen
pareciendo una falta de respeto a los artistas y su música. Y de lo de poner
una pantalla gigante en el recinto para ver el partido del Barsa ni hablamos…
En fin, problemas del primer mundo.