domingo, 4 de marzo de 2007

La vida de los otros


El laberinto del fauno es una buena película. Una gran película, incluso, una que ha logrado conciliar a crítica y público. Ha sido la película latina más taquillera de la historia en EEUU, y poco más o menos ha pasado por aquí. Ha logrado conectar con el público y muchos aficionados al buen cine. Por eso no era de extrañar esas numerosas reacciones de rechazo cuando la película de Guillermo del Toro perdió el Oscar a la mejor película extranjera a favor de la alemana La vida de los otros, gente clamando contra la injusticia de no haberse llevado un premio totalmente merecido. Por supuesto, pocos de esos se habían molestado en ver la película alemana, porque tras su visionado no puedes más que estar de acuerdo con la Academia, ya que la decisión de entregar el premio a la semidesconocida película germana ha sido una de las más justas de esta edición.

El primer film de Florian Henckel von Donnersmarck (vaya nombrecito) gira en torno a Gerd Wiesler, capitán de la Stasi (la policía secreta del régimen en la RDA, la Alemania oriental), un hombre extremadamente eficiente y comunista convencido, al que le encargan vigilar a una pareja de artistas, el escritor Georg Dreyman y la actriz Christa-Maria Sieland, sospechosos de disidencia política hacia el régimen bajo su fachada de conformismo y beneplácito hacia éste. Tras colocar micros por toda la casa, Wiesler se instala en la destartalada azotea del edificio en que reside la pareja, listo para monitorizar por completo su vida en busca de cualquier indicio de inconformismo político. Mientras los observa empieza a empatizar con ellos, a rellenar los vacíos de su vida con la de los otros y, en última estancia, a intervenir en esas vidas ajenas. También descubre que la operación respondía únicamente a los caprichos personales de un alto mandatario gubernamental, a partir de lo cual empieza a cuestionarse, si bien no sus principios políticos, quizá sí la validez del régimen, de la dictadura del proletariado, que parece olvidar a estos a favor de unos pocos privilegiados.

La vida de los otros funciona en dos planos bien diferenciados. Por un lado está el obvio mensaje político, el estudio (nada subjetivo ni panfletario, y ahí está uno de sus logros) del sistema autoritario de la RDA y de las posibles causas de su fracaso social; por otro, y es éste el más profundo, es un viaje a la mente de un hombre gris y obediente que comienza a plantearse si entregar su vida a un sistema y a unas ideas políticas es algo válido, si la vida es quizá algo más importante que eso, si, como le “cuentan” los dos artistas a los que observa, la única razón lícita para entregar tu vida sea sólo el amor, ni siquiera el arte, algo cuyo significado nunca ha conocido pero que irá aprendiendo poco a poco, en las conversaciones de los otros, en los libros que cuidadosamente coge de la casa de los observados o en el momento en que decide tomar partido. En este plano, la película se transforma de un film interesante a una obra hermosa y emotiva, a lo que ayuda mucho el precioso estilo formal, con una factura técnica soberbia. Con algún parecido a la obra del primer Wim Wenders, la película progresa lentamente, con sutiles movimientos de cámara, una elegante música de corte clásico y un montaje que intenta fundir en uno las vidas del agente y del artista. Es lenta, pero no pesada: sus dos horas y cuarto de duración pasan rápido, gracias al poder de absorción de la historia y de algunas ligeras gotas de humor que ayudan a relajar un poco la angustia de la historia. Y, aunque no pueda hablar más de ello ahora, el final es precioso, una especie de epílogo a la obra que la completa y la hace casi perfecta. Una gran película, en definitiva.

Nota: 8,8


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