viernes, 28 de agosto de 2015

Sonorgámisco

















Esta crónica del Sonorama llega con una semana de retraso. Podría decir que la felicidad derrochada en el festival me ha embriagado tanto que me he pasado la última semana atontado, flotando en una burbuja de recuerdos y añoranza por los momentos vividos. Podría decir que el agotamiento físico ha pasado factura y necesitaba una semana de descanso y restauración mental antes de ordenar las impresiones del festival. En el fondo, simplemente no he tenido tiempo y entre unas cosas y otras se me ha pasado ponerme a la tarea. Pero mejor tarde que nunca, así que ahí va la crónica FrankieFrankie del Sonorama.

Todo el mundo que ha ido al Sonorama repite, y lo hace en base al argumento repetido como mantra por todos los sonoritos (los sonorgásmicos también existimos, pero somos pocos y exclusivos): el Sonorama es más que un festival. Y es cierto. Para bien y para mal. Porque, para mal, el ambiente, el evento, el sentido de comunidad y la cercanía del festival llevan muchos años ya tapando sus carencias musicales. Lejos quedan los tiempos en que por estas tierras castellanas te podías encontrar a Mogwai o Teenage Fanclub; el Sonorama actual está especializado en “indie” español. Lo segundo no está entrecomillado porque no hay nada que matizar: el Sonorama es un festival dedicado a promocionar música de la tierra, y su labor en ese sentido es impecable e irreprochable. Lo segundo lleva comillas por una razón: ese “indie” es la versión actual, modernilla y gafapastista de lo que una vez se entendió como música independiente. El indie de ahora es inofensivo, poperillo, falsamente transcendente y presuntamente poético. Y en esa escena el Sonorama es la piedra angular: aquí los grupos empiezan ganando fanáticos en la Plaza del Trigo, se consolidan en el escenario principal y acaban llenando tres noches seguidas el Palacio de los Deportes (véase Vetusta Morla; en próximas entregas, Supersubmarina e Izal). Al Sono le falta sangre y mala leche, pero le sobra diversión y alegría.

Con el festival dividido como siempre en dos entornos, las mañanas en el pueblo siguen siendo el fuerte del festival. A mediodía uno ya está metido en la multitud, viendo litronas de cerveza surgir espontáneamente y siendo manguereado religiosamente desde los balcones para luchar contra el calor (aunque este año sólo aparecieron el último día; hizo más bien frío). Por el escenario trampolín brillaron sobre todos Los Nastys, curiosamente los primeros en pisarlo. El grupo madrileño, de origen manchego, bautizó el escenario con una buena dosis de punk sucio, garajero e insistente, que igual podían sonar a los Stooges que a los Fall más desatados. Fue un buen preludio para una sesión intensiva de wannabevetusta que vimos circular por allí (Señores, Nunatak, Full) dónde sólo destacó Jacobo Serra, un chico risueño hacedor de buen folk enraizado y añejo que ayudó a desperezar al personal la mañana del viernes. Sin olvidar, por supuesto, a ese momento de teatro del absurdo lisérgico-festivo de Belize, una familia de tropecientos chavales imberbes de aspecto sospechosamente opusiano y artífices de un pop tan tan tan tan blanco que te entran ganas de vomitar arcoírises. Si a Jacobo Serra antes, y a Full después, la plaza los despidió al grito de “Escenario principal”, Belize se marcharon con el gentío entonando un sentido “Alabaré a mi Señor”. Al día siguiente la prensa los encumbró como la revelación del festival. Definitivamente le echan algo al agua de Aranda en esas fechas…

Cuando acaban los conciertos en la Plaza del Trigo el ritual dice que el fiel sonorgásmico debe sentarse en cualquier esquina acompañado de un bocata y un cachi de croquetas (o de lo que guste; aquí todo se sirve en formato cachi. Y para beber, albóndigas…) y coger fuerzas para darlo todo el resto de la tarde bailando frente al bus de Red Bull o en el Café Central, donde la pincha (Estela, tan símbolo del Sonorama como las bodegas o los disfraces absurdos) te pondrá todas las canciones que te sabes de memoria, poniendo en peligro tu asistencia al recinto.

Porque el recinto está lejos y los conciertos empiezan pronto, así que un servidor se dejó liar y acabó perdiéndose SMILE, Sexy Zebras o Grupo de Expertos Solynieve. Sí llegué a tiempo el primer día para ver a Australian Blonde y su ChupChup; y  de ahí a dos de los conciertos más extraños e interesantes del festival: Morente Vive!, un espectáculo dónde las hijas de Morente (Estrella y Soleá) se hicieron acompañar de un grupo flamenco primero y de Los Evangelistas (oséase, Jota y Floren de Los Planetas, Antonio Arias de Lagartija Nick y Eric Jiménez de ambos) después para revivir parte del cancionero del genio granaíno resucitar el legendario “Omega”). Y Toreros Muertos, el grupo de rock coña que Pablo Carbonell lideró a principios de los ochenta y que olía a vieja gloria recauchutada pero que sorprendió con un concierto potente, entregado y obviamente divertido. El resto de la noche lo completaron Dorian, Dinero y La Habitación Roja. Mentiría si recuerdo algo de los primeros, entretenidos en el momento y totalmente olvidados un segundo después. Lo de La Habitación Roja es caso aparte: grupo básico de la movida indie de los 90, han tenido la “suerte” de aguantar lo suficiente como para capitalizar el tirón actual del género pero la desgracia de hacerlo con sus peores discos. El resultado es un cambio generacional en su público, ávido de oír los sinsentidos recientes que la banda despacha con mucho gusto, olvidándose de su mejor cancionero (que sólo sonase una canción de “Nuevos Tiempos” dice mucho, y poco bueno, al respecto). Al día siguiente se redimirían…

El viernes era el día de Calexico, a pesar de estar programados a una hora extraña y estar acompañados de bastante menos público del que la ocasión merecería. Empezaron sufriendo el síntoma  de cualquier gira: hay que presentar el nuevo disco, aunque sea el más flojo de su carrera (como es el caso). El sonido inmaculado mantuvo el interés, y a partir de la mitad por suerte se desataron en aluvión de clásicos (Crystal Frontier, All Systems Red, versiones de Alone Again Or y Corona) antes de un brillante final con una larguísima Güero Canelo entremezclándose con retales de El cuarto de Tula. Sólo otro grupo se acercó esa noche: La M.O.D.A (Maravillosa Orquesta del Alcohol), un porrón de burgaleses que desataron un rock primario y festivo que movió a las masas y ayudó a bajar la enormérrima intensidad con que los señores de Supersubmarina nos habían cebado un poco antes (por lo visto no vale con empezar con una canción que se vuelve épica, dramática y bigger than life en menos de cuatro minutos; hay que tocar quince más exactamente iguales. El signo de los tiempos…).

El sábado, por el contrario, era un día cargadito. La organización sabía que era el día de afluencia masiva y se reservó a pesos pesados, para bien y para mal. En la parte buena, Mercromina dieron otro concierto inmaculado recordando que son uno de nuestros grupos más importantes y únicos de nuestra historia. Bigott nos regaló otra interpretación delirante mezclando piezas de pop inmaculado entre las cuales el personaje nos arrancaba las lágrimas por momentos; impagable el preludio cuando salió, aún entre penumbras, a replicar a su manera lo que Xoel López (que se marcó un concierto acústico, enorme para unos y cortavenas para otros) hacía a la vez en el escenario principal. Y Berri Txarrak nos quitó las telarañas con un concierto sólido y potente que mezcló el hardcore de sus años mozos con el indie rock más directo de sus últimos discos. Nos despedimos con Sidonie, que si bien han perdido parte de la frescura de sus primeros años siguen siendo un grupo innegablemente divertido y pegadizo en directo. Ah, bueno, también tocaron unos tales Vetusta Morla que congregaron a una chavalada masiva en el concierto con diferencia más concurrido del festival. Con todo el dolor de mi sensible corazón me lo perdí. Aproveché para visitar los puestos de comida sabiendo que no habría nadie. No me arrepiento. No me peguéis, porfi.

Y, antes de acabar, las sorpresas. El Sono es un festival casi familiar donde los artistas se mezclan con el público y todo el mundo se llevan también con todo el mundo que algunos grupos acaban regalando conciertos sorpresas en los huecos que deja la programación. Y los grandes triunfadores fueron, aquí sí, La Habitación Roja. Tras la maratón mañanera del viernes, aparecieron en el escenario de la Plaza del Trigo para tocar las canciones de su vida. O lo que es lo mismo, versionar a Bowie, The Cure, Joy Division, The Smiths, R.E.M., The Stone Roses… Fue, por emotivo, por nostálgico y por entregado el concierto más memorable del festival, el momento de auténtica comunión buenrollista que el Sono siempre promete pero no siempre consigue. El sábado parece que hubo otro similar con algunos de los artistas principales (Zahara, Depedro, Xoel López) versionando canciones de otros (véase Que No, Turnedo, Mi Realidad…) Este me lo perdí pero involuntariamente: tuve que salir a evacuar la cerveza y no pude volver a entrar. Por primera vez en quince años de festival, Protección Civil tuvo que hacer acto de presencia para limitar el aforo en una Plaza del Trigo en la que no cabía ni otro quejido de Pucho. Se nos fue de las manos…



jueves, 4 de junio de 2015

Crónica del Primavera Sound 2015

Otro año que pasa, otro Primavera Sound que acaba y otra crónica que escribimos. A priori, este 2015 (que marca el décimoquinto aniversario del festival) tenía una programación algo más flojo, con pocas cabezas de cartel claras y sin ningún concierto “épico” a la vista. Por suerte, además de relajar algo la tensión de los horarios y evitar en buena parte los dolorosos solapes (aunque doloroso fue no poder ver a Battles y Health), también ha ayudado a que los que han venido hayan cumplido en general a muy buen nivel. No ha habido grandes decepciones (lo malo era realmente esperable) aunque tampoco ninguna revelación. En su lugar, lo que hemos tenido es tres días de buenos conciertos y bandas sólidas demostrando su buen hacer.


Lo mejor

· The Replacements: para unos cuantos, esete redactor incluido, este era el verdadero plato fuerte del festival. La banda más icónica de aquella imprescindible movida underground americana de los ochenta, qué tan bien retrataron ellos mismos en su himno “Left of the Dial”, los Replacements también pueden presumir del directo más legendario, dónde la energía punk de sus orígenes sólo solía ser comparable con su nivel de alcohol en vena. Por eso su vuelta era también la mayor incógnita, tras casi 25 años sin tocar juntos y con sólo dos miembros originales (Paul Westerberg y Tommy Stinson) enrolados. Las dudas desaparecieron en cuanto Westerberg acometió los rasgueos y berreos de Takin’ a Ride (primera canción de su primer disco, para empezar) a la que siguió hora y cuarto de energía pura y cruda, sonido inmaculado y muchas canciones. Sobre todo canciones. Sonaron los grandes clásicos (Bastards of Young, My Favourite Thing, Alex Chilton, Colour Me Impressed…), alguna sorpresa agradable (Tommy Gets His Tonsils Out, Achin’ to Be) y un par de versiones brillantes de los Jackson 5 y Chuck Berry. Y según salían a acometer el bis y Westerberg derribaba de una patada su micrófono, uno veía en ese acto de rabia la venganza furiosa de una banda, y toda una escena, que lograron ganar la batalla de los ochenta para perder finalmente la guerra contra el rock corporativo con el que intentaron acabar (sólo hay que ver lo que se oye hoy en día en cualquier radio de “rock” para ponerse derrotista al respecto). Por eso, más que nunca, los Replacementes no sólo son contingentes sino necesarios. Los grandes triunfadores.

· Ride: otra banda de culto, esta de los primeros 90, que volvían casi casi ex profeso (el del Primavera fue el primer concierto de reunión que anunciaron) y sobre los que se mezclaba la incertidumbre con la expectación. El shoegaze se llamó así por la tendencia de sus grupos a pasarse los conciertos quietos y mirando al suelo (no a los zapatos sino a las pedaleras de efectos). En aquella escena, Ride siempre barrieron con un directo salvaje y activo, dónde la densidad de sonido se unía a una actitud puramente setentera y unas canciones donde el shoegaze se mezclaba con rock stoniano, armonías vocales robadas a los Byrds y post-punk de estadio à la The Cure. Por supuesto, todo esto antes de que el condenado britpop apareciese y la banda decidiese difuminar su identidad en vanos intentos de plagiar a Oasis. Por suerte, los Ride que pasaron por Barcelona correspondieron a su primera encarnación y regalaron el concierto más potente y contundente del festival, con un repertorio impecable y casi casi copiando la experiencia (y el setlist) de sus directos de antaño, empezando por Leave Them All Behind y acabando con Vapour Trail, Drive Blind (interludio de ruido puro incluido) y Chelsea Girl. Y no, no faltaron Seagull, Like a Daydream, Taste o Dreams Burn Down. Una delicia.

· Swans: parece casi obsceno volver a escribir de Swans tras verles en directo por tercera vez y ser tan friki de la banda como para aparecer como “Productor Ejecutivo” en los créditos de su último disco (la historia es verídica, podéis buscar mi nombre en el libreto). Pero Swans son mayormente la mejor banda de “rock” (las comillas no entran en vano) del momento, como atestiguan sus tres últimos discos y un directo arrollador y siempre distinto. Su propuesta es muy personal y nada fácil: uno debe saber que se va a encontrar ante monolitos de media hora basados en ritmos rígidos mimetizados en maquinaria industrial, disonancia, ruido puro y aullidos de otro mundo. “Rock” se entrecomilla porque lo que hacen Swans es usar instrumentación de rock para crear una música que más bien usa estructuras y composiciones propias de la música contemporánea (Ligeti viene inevitablemente a la mente) y un impacto y agresividad más bien sacada del mejor metal. Una experiencia diferente y difícil, pero siempre gratificante.


Lo bueno:

· Tori Amos / The Julie Ruin / Sleater-Kinney: si había una temática en el cartel de este año era el de las mujeres. Parece que al Primavera, como al pasado festival de Cannes, le reprocharon la poca presencia femenina en el cartel y decidió redimirse trayendo a algunas de las grandes leyendas del feminismo musical. Por allí pasó Patti Smith, a la que no pude ver por problemas de horario pero de la que todos los cronistas han hablado maravillas. Sí que pudimos ver a Tori Amos, musa de todo lo alternativo, dejando boquiabierto al público a media tarde y la única ayuda de su(s) piano(s). A The Julie Ruin, activismo lo-fi en un concierto lleno de energía y mensaje. Y a Sleater-Kinney, la gran banda de aquel riot grrrl de los 90 que, tras un parón de casi una década para dedicarse a algo tan poco punk como formar una familia, han vuelto con discazo y un directo enorme. A seguir así. Para el año que viene queremos a Kate Bush y PJ Harvey …

· Sunn O))): si hay un grupo actual “difícil” es esta banda de amantes del feedback que se suele catalogar dentro de la extraña etiqueta drone doom metal. O sea, acordes de guitarra repetidos hasta la saciedad con la distorsión al 11, acoples y disonancia a tutti y algún que otro ruido gutural por cantante entre medias. Su propuesta es muy particular pero su directo se ha convertido en un espectáculo inmaculado, con una parte visual muy llamativa y un sonido directamente masivo. No es un concierto que repetiría a diario, pero sí una experiencia impagable.

· Einstürzende Neubauten: otra de las leyendas que pasaban por el festival y que no lo tuvo fácil. Les tocó lidiar con el fútbol, el escenario de peor sonido y una duración muy limitada (cosas con las que su líder, Blixa Bargeld, no ocultó su malestar). Y respondieron con un puñado de canciones de ese pop embrujado que llevan practicando desde hace tiempo usando como materia prima mayormente cualquier cosa que tengan a mano, ya sean tuberías de PVC, tornillería varia o una turbina de gas. Un concierto inmaculado cuya peor parte fue saber a poco, en duración y en sonido.

· Spiritualized: Jason Pierce lleva ya más de dos décadas difundiendo su rock mesiánico y el callo se nota: su directo es uno de los más sólidos y fiables de la actualidad. Si lo unes a una banda estupenda y un repertorio lleno de joyas (oímos Shine a Light, Electricity, Soul on Fire o Walking with Jesus, palabras mayores) el resultado no puede salir mal. Falló una vez más el sonido, gracias a ese escenario ATP que por alguna extraña razón siempre tiene el mejor cartel pero el sonido más pobre.

· Mercromina: no sólo de reuniones anglosajones vive el festival; no hay duda de que estos señores de Albacete han vuelto poco más que por explotar económicamente la nostalgia, pero su cancionero es irreprochable y su directo explota perfectamente esa mezcla de ruidismo melódico y arreglos suntuosos que tan buena consideración les dio hace ya unos tres lustros. Sólo un pequeño pero: no hace falta tocar tan alto. Todavía me duele el oído izquierdo…

· Underworld + Caribou: la electrónica festivalera suele ser poco más que un señor con grandes auriculares alrededor del cuello agitando las manos. Por eso siempre agrada ver a grupos de electrónica que dedican sus directos a mostrar sus armas más allá de tanta maquinita. Cierto que Rick Smith se pasó todo el concierto de Underworld parapetado tras sus teclados, pero Karl Hyde no paró de cantar, bailar o agarrar el bajo y la guitarra mientras tocaban integró Dubnobasswithmyheadman, que es sencillamente uno de los tres o cuatro discos de techno más importantes de siempre. Y un poco después, y como fin de fiesta, Caribou demostraban que ya no son simplemente el proyecto de pop electrónico de Dan Snaith sino una banda completa, orgánica y potente capaz de mostrar una nueva dimensión a la música de baile a base de pegada, precisión y un irresistible toque de pop melancólico que inunda todo lo que hacen. Un final brillante para el festival.


Lo malo:

· Belle & Sebastian: me duele meterles aquí siendo, como son, una de las bandas de mi vida, pero lo cierto es que en el último par de discos los de Glasgow han ganado público, popularidad y universalidad perdiendo por el camino buena parte de la magia que les hizo tan especiales. Y el concierto que dieron no hizo más que afianzar esa sensación: todo excesivamente limpio, bonito y predecible, buscando más agradar que convencer. El repertorio tampoco ayudó (sólo al final pudimos oír cosas como Get Me Away I’m Dying o The Boy with the Arab Strap). Una pena.

· The Strokes: sería la gran decepción del festival sino fuese porque, personalmente, a estas alturas poco podía esperar de un grupo que lleva más de diez años sin hacer un buen disco y que, para empezar, nunca fueron realmente tan buenos. Frente a la sobriedad de, por ejemplo, unos Interpol (que también tocaron en Barcelona pero por desgracia no pude ver), los Strokes siempre vendieron más pose y actitud que música, y su directo no hace más que confirmar esa sensación. Un concierto desganado y aburrido, entregado a la dinámica canciónviejaentrecancionesnuevasparaqueelpúbliconohuya que, aun así, fue probablemente el más masivo del festival. Cosas de modernos.

· The Black Keys: no se debería juzgar un concierto que no se ha visto, pero necesito rellenar esta parte de la crónica y tampoco es que me resulte difícil criticar a esta banda. Los Black Keys son otro ejemplo perfecto del mesianismo roquero actual: banda maja (pero sólo maja) elevada a los altares por cierta prensa musical molona y buena parte del público, con especial predilección entre aquellos talibanes que siguen defendiendo que el rock (pero sólo el rock retrógado y convencional, eh) es la única “música de verdad”. Lo cierto es que mientras tocaban los Black Keys yo andaba cenando aprovechando que la zona de comidas estaba vacía (fue el otro concierto masivo del Primavera) y, según la prensa, todo lo dicho sobre los Strokes se aplica también a estos señores. Malos tiempos para ese rock bigger tan life…


· La organización: ya se lleva tiempo diciendo que el Primavera se ha vuelto demasiado grande y acaba cayendo en decisiones discutibles. Una vez más, la distribución de escenarios fue complicada (y el sonido en alguno de ellos, especialmente ATP, deficiente) y el Hidden Stage volvió a convertirse en pesadilla (para hacerlo más divertido, las entradas se recogían justo a partir de la misma hora en que abría el recinto, así que los cien metros lisos eran obligatorios). Además, programaron antes del jueves algunos conciertos muy interesantes (mis OMD, para empezar) que no repitieron durante el festival. Y la cerveza subió de precio y bajó de cantidad. Y los mochilaman que la venden en medio de los conciertos me siguen pareciendo una falta de respeto a los artistas y su música. Y de lo de poner una pantalla gigante en el recinto para ver el partido del Barsa ni hablamos… En fin, problemas del primer mundo.

sábado, 28 de febrero de 2015

Hacia la felicidad

Mundo, es usted un hijo de puta. Pero aún así hay una cierta alegría que nunca nos podrá quitar. No una alegría que se expresa con risas o una alegría que nos haga ser felices. Me refiero a una alegría que es tan grande, tan particular, que va más allá del dolor y la desesperación. Es una alegría más allá de toda comprensión. Como el éxtasis que, a veces, nos hace sentir la música.



sábado, 7 de febrero de 2015

Un buen día

Caminaba hacia la parada de autobús a media tarde y su estado era el de siempre: agotado y asqueado. Miraba alrededor con una actitud altiva, creyendo que el mundo era demasiado mediocre y sucio. Entre desconocidos, sin necesidad de tener contacto social, la amabilidad y la buena predisposición desaparecían. No es que fuese maleducado, en absoluto, sencillamente rehuía por completo todo acercamiento humano. Quería llegar a casa lo antes posible para estar solo. Que el viaje fuese lo más tranquilo y rutinariamente olvidable posible. Pero no era su día. En la marquesina había a su lado un hombre fumando. Por supuesto, estaban en la calle y no podía recriminarle por ello, pero el fumador no paraba de echar el humo en su dirección. Educadamente, le pidió que intentase dirigirlo a otro lado. El fumador le replicó con una grosería y le dedicó la siguiente bocanada directamente a la cara. Alejandro, sin decir nada y antes de que la boca humeante hubiese acabado el espectáculo, le golpeó directamente en el rostro, sobre la nariz. Alejandro era alto y fuerte, aunque no lo pareciese a primera vista por la indumentaria discreta que llevaba siempre. Lo suficientemente fuerte como para hundir la nariz del fumador sobre su rostro y hacerle caer, medio muerto y completamente ensangrentado, dejándolo inmóvil sobre el pavimento.

Mientras la gente se acercaba, perpleja por lo que habían visto, Alejandro se alejó de la marquesina lanzando gritos que sólo interrumpía para conversar en solitario intentando justificar su acción. La respiración se desataba y el andar era torpe y errante. Se alejó hasta una pequeña plaza cercana, desierta, dónde ya no se oían los gritos y el sonido de sirena que había notado acercándose era lo suficientemente tenue como para no ponerle nervioso. Se calmó, dejó de gritar y se sentó sobre el suelo mojado…

La combustión espontánea es un proceso que resulta extremadamente esotérico para la mayoría de la gente, y cuya sola existencia en sí es más bien discutible. Generalmente, casos atribuidos a este fenómeno suelen derivar sencillamente de una ignición accidental de la ropa del sujeto (por fuentes externas como cigarrillos o velas, electricidad estática o reacción química en ésta) que se extiende lentamente y puede acabar consumiendo el cuerpo en caso de que dicho sujeto no responda (por ejemplo, si está incapacitado debido a alguna dolencia o bajo efectos de drogas o alcohol). Pero Alejandro no fumaba, no bebía y no se encontraba incapacitado como para no reaccionar ante un incendio de su ropa. Además, en los casos de combustión espontánea, el incendio suele estar localizado en el cuerpo de la víctima y rara vez se extiende al entorno que le rodea. ¿Qué ocurrió entonces en este caso? ¿Deberíamos hablar de “explosión espontánea”? ¿Qué explicación daría la ciencia, que ya demostró la imposibilidad de una combustión espontánea humana, ante un fenómeno como este?

Alejandro explotó espontáneamente a las siete y diez de la tarde. Lo extraordinario no ya fue el fenómeno en sí, si no la magnitud. Nunca alguien había arrasado un barrio entero durante un episodio de este estilo. Claro, que la rabia y desesperación contenidas en ese tibio cuerpo estaban fuera de toda normalidad posible… De no haber sido así, un pequeño incidente como el que vivió no habría tenido consecuencias tan graves. Puede parecer una razón insustancial, pero la historia está llena de momentos trascendentes provocados por pequeños gestos. El cambio de la normativa  interna de una residencia estudiantil puede provocar una revolución, de la misma forma que una simple grosería de un desconocido puede provocar que una persona explote. El mundo a veces aparenta ser tan civilizado que se olvida de que, en el fondo, sólo somos pedazos de carne frágiles guiados por sensaciones animales. Y, a veces, también nos rompemos.