martes, 26 de febrero de 2019

El color de la primavera

La mitología aborigen australiana considera que existen dos formas de tiempo paralelas y simultáneas: la realidad diaria y el tiempo del sueño. La primera es en la que vivimos en nuestra consciencia diaria, con la sensación de realidad efímera del mundo terrenal. La segunda, más real que la vida misma, es un tiempo más allá del tiempo donde los espíritus que forman nuestra alma existen en su forma más pura, esencial y eterna.

Ayer murió Mark Hollis. Hoy la prensa lo recuerda mayormente por sus logros terrenales: entre 1981 y 1986, al frente de Talk Talk, editó tres discos de pop nuevaolero, cada uno más exitoso que el anterior, cada uno más alabado críticamente que el anterior, convirtiéndose en una de las bandas más reputadas (y populares) del pop de mediados de los 80. Hasta que, hastiados de la industria musical y con serios problemas personales amenazando su estabilidad vital, decidieron retirarse de los escenarios, no editar singles, alejarse de la radio y cerrar su etapa terrenal.

Y es cuando empieza el sueño. Cuando se encierran en un estudio durante meses para grabar y editar sin cesar hasta esculpir “Spirit of Eden”, una insólita obra maestra donde la intimidad de la música de cámara moderna (y especialmente la arquitectura silenciosa de John Cage y Morton Feldman) se enamoran de la transcendencia espiritual de “In a Silent Way” en el contexto más vagamente rock que se ha hecho nunca. Su discográfica les echa y les demanda, el público desaparece y la banda vuelve a encerrarse para concebir “Laughing Stock”, aún más extremo que el anterior, aún más silencioso y estridente, aún más transcendente y atemporal. Y entonces Talk Talk no se separan, se evaporan. Y su influencia sería enorme. La convención dice que inventaron el post-rock (término que se acuñó para describir el sonido de sus únicos herederos reales, los también olvidados y soberbios Bark Psychosis) pero comparar la música de esos dos discos con lo que ha acabado definiendo un género a estas alturas formulaico e insípido es mucho más que injusto. Es la música del silencio. Es el arte irrepetible de la negación de la lógica frente a la pureza. Son, sobre todo, dos de los discos más hermosos y emotivos que se han hecho.

Mark Hollis se retiraría a la campiña británica con su familia y sólo volvería al tiempo terrenal una vez más, en 1998, con un álbum homónimo en solitario que continuaría el sonido anterior en un ambiente más acústico y pastoral, añadiendo un nuevo fantasma (la influencia del malogrado compositor italiano Luciano Cilio) para susurrar un disco que modela el silencio para crear brevemente una impresión de belleza antes de desaparecer por completo. Y pasar al tiempo del sueño. El tiempo en el que Mark Hollis siguió creando música en silencio, impulsando con su ausencia la reverberación interminable de una música que nunca se desvanece del todo, cuyo eco imperceptible en este mundo sigue alimentando, en su forma más pura y eterna, el alma infinita de ese espíritu llamado belleza.

Silencio. No hay banda. No hay orquesta. Silencio. Silencio. Silencio…