sábado, 19 de julio de 2008

Zoo (A Zed & Two Noughts)


Esta “A Zed & Two Noughts” (en España simplificando, como siempre) es probablemente la película menos conocida de la primera etapa del pintor metido a cineasta Peter Greenaway, uno de esos tipos raros, raros. Y es curioso, porque tiene todos los elementos por los que las primeras películas de Greenaway son tan amadas (y odiadas): un argumento truculento, las tendencias hacia la no-narración y la destrucción de la trama tan del gusto del director británico, su obsesión por la pintura (en este caso el objeto de deseo es Vermeer), sexualidad grotesca, cuerpos en descomposición..., aunque en un formato realmente más accesible de lo que acostumbra, quizá básicamente por el humor negro que destila constantemente.

En este caso la trama involucra a dos biólogos gemelos desconcertados por la muerte en un accidente de coche, cisne incluido, de sus mujeres, accidente en el que una tercera mujer perdió una pierna. Mientras se dedican a tragarse los 8 episodios de una serie sobre la evolución de la BBC, intentando encontrar en ella el significado de su situación (“...desde que hace 400 millones de años apareció la vida en la tierra hasta que mi mujer murió intentando esquivar un cisne...”) los gemelos empiezan a cultivar una fijación malsana por la descomposición de los organismos, se enamoran simultáneamente de la mujer amputada y empiezan a liberar animales del macabro zoo en el que trabajan. Un panorama desasosegante y enfermizo que una vez más contrasta con el impecable apartado técnico en que envuelve el film, planeando cada encuadre como si fuese un cuadro y reservando sus gloriosos movimientos de cámara para las escenas clave, todo ello inmerso en la soberbia fotografía del gran Sacha Vierny y el excelente score (uno más) de Michael Nyman. Todo esto hacen de “A Zed & Two Noughts” una propuesta tan radical y extraña como el resto de la filmografía de Greenaway, pero también una de sus películas más sorprendentes y divertidas y, por qué no, un buen punto de iniciación para todo aquel curioso por saber de qué va la filmografía de este peculiar galés.

Nota: 8,0

martes, 15 de julio de 2008

Portishead - Third

Can. Faust. Kraftwerk. También The Doors e incluso Pink Floyd. Increíble que sean estos los primeros nombres que vienen a la cabeza al oír el nuevo disco de un grupo que siempre había estado ligado más bien a apellidos como Schriffin. Pero es que todo en este Third es realmente increíble. Portishead, la banda que popularizó el hoy ya olvidado trip-hop para después desaparecer por completo del mapa durante, nada menos, 11 años han vuelto con un paseo por el krautrock y el rock psicodélico más primitivo, y el resultado es bestial. Third no es sólo, con mucho, el mejor disco de este año 2008, también es fácilmente uno de los discos más importantes de la última década. El a estas alturas casi legendario trío de Bristol ha vuelto con una obra radicalmente diferente a todo lo que habían hecho antes y a todo lo que se hace hoy en día entregando nuevamente un disco profundamente atemporal y guiado por un afán de experimentación que se hace patente constantemente. Ritmos repetitivos, guitarras ruidosas, sintetizadores rudimentarios, atmósferas enrarecidas y claustrofóbicas. Y en medio de todo la maravillosa voz de Beth Gibbons, que canta en todo momento como si estuviese a punto de romperse.

Tras una breve intro en portugués, Third arranca en modo Faust con Silence, una orgía de ritmos tribales y distorsiones varias sen la que la icónica voz de Beth Gibbons tarda más de tres minutos en entrar, dando pistas de que esta vez la cosa ha cambiado. En Hunter vuelve la nocturnidad tan característica del grupo, pero en formato caótico, con guitarras, percusión y teclados entrando y saliendo anárquicamente de la mezcla. Nylon Smile podría haber salido de un disco de Bark Psychosis, mientras que The Rip, con mucho el momento más bello del disco, es un tema que recuerda a los momentos más intensos del In Rainbows de Radiohead: sin estructura, construida en torno a un teclado delicado y una guitarra lejana, y que no para de ganar intensidad hasta que revienta en su preciosa parte final con la entrada de un ritmo motórico y una línea de bajo sintetizado que toman el relevo a la maravillosa voz de Beth Gibbons. Es la nueva Roads, sin duda. Plastic es probablemente lo más cercano a sus anteriores discos, aún estando lejos de poder ser etiquetado como trip-hop, mientras que We Carry On suena a Portishead jugando a ser los Sonic Youth de Sister, incorporando el pasaje guitarrero más salvaje que han grabado nunca a una base creada, una vez más, por un ritmo tribal robado a Faust y una línea de bajo distorsionado realmente abrumadora.

Punto y aparte para encarar la segunda mitad del disco. Deep Water es lo más extraño en el disco precisamente por ser lo más convencional, una especie nana folk de minuto y medio que funciona básicamente como la calma que precede a la tormenta. La tormenta es Machine Gun, una de las canciones más impresionantes que se han grabado en los últimos años, construida en torno a una base percusiva casi industrial acompañada únicamente por la voz de Gibbons y unos tímidos coros, a los que se une en la parte final una melodía de sintetizador primitivo que suena a Blade Runner, a Kraftwerk y a Terminator, todo a la vez. Una canción absurdamente grande, pero aún quedan tres cartuchos más por gastar. Small, el espíritu de los primeros Doors resucitado, nos lleva hasta la preciosa Magic Doors, otra canción basada en el rock psicodélico sesentero cuyo genial estribillo eleva a una categoría de belleza casi fantasmal. Y cierra Theads, donde finalmente recuperan el trip-hop para darle entierro en una canción oscura, casi elegíaca y perfecta.

Nota: 9,5