lunes, 2 de abril de 2007

Magnolia


San Fernando Valley, California, 1999. Jimmy Gator está dispuesto a acabar con su vida. Hundido en los remordimientos de las mentiras y atrocidades que cometió en el pasado, solo, rechazado y abandonado por su esposa y su hija, Jimmy saca su pequeño revólver de un cajón y se apunta a la sien, decidido a apretar el gatillo. Cuando va a disparar, una rana que cae del cielo atraviesa la claraboya que hay sobre Jimmy e impacta sobre el arma en el momento exacto del disparo, desviando el cañón del arma lo suficiente como para que la bala no le alcance, y salvándola la vida. ¿Coincidencia? ¿Azar? Bueno, esas cosas pasan...

Como ya anuncia su excelente prólogo, Magnolia trata sobre las coincidencias. O no. Más bien trata sobre las cosas extrañas que pasan, y otras no tan extraños, los sentimientos y las reacciones que rodean nuestra vida. Localizada durante un día cualquiera en una ciudad cualquiera, la película sigue la vida de un buen puñado de personajes, cada uno con sus problemas, sus traumas y sus miserias, y cuya aparente falta de relación entre sí va poco a poco desvaneciéndose. Tenemos un productor de televisión moribundo que le pide a su enfermero que localice a su hijo, con el que lleva cerca de 15 años sin hablar. Tenemos a su mujer, joven y atractiva, que se casó con él por dinero y ahora, incapaz de aceptar su culpa, se dedica a sumirse en un mar de calmantes. Está el presentador del programa de televisión más exitoso del moribundo productor, aquel en que en los 60 destacó un niño prodigio ahora convertido en adulto fracasado, a punto de perder su empleo. También tenemos a un nuevo niño prodigio, explotado por su padre para ganar dinero en el concurso. Tenemos a la hija del presentador, adicta a la cocaína y huidiza. Y tenemos a un policía maduro y bienintencionado incapaz de rehacer su vida sentimental desde su divorcio.

Con ese mosaico de vidas cruzadas, ligero homenaje a Robert Altman, Paul Thomas Anderson vuelve a maravillar con una película compleja, deslumbrante y demoledora sobre la naturaleza de los sentimientos humanos más profundos. Siguiendo el camino que ya marcó con la película que le dio a conocer, la también fabulosa Boogie Nights (1997), Magnolia es una película épica e intensa a lo largo de sus tres horas de duración, pero también divertida y sorprendente. A pesar de su largo metraje, en ningún momento se torna aburrida, gracias a esa estructura de varias historias que hace que no se centre nunca mucho tiempo seguido en ninguna de ellas, y gracias a su dirección dinámica y espectacular, con sus largos planos secuencia y su buen uso de la música, que por otra parte es también muy notable, con un bonito score orquestal del siempre sólido Jon Brion y una serie de canciones “pop” compuesta e interpretadas para la ocasión por Aimee Mann. Por supuesto, las actuaciones, como en las películas corales de Altman, son soberbias. Usando básicamente el mismo reparto de Boggie Nights (esto es Julianne Moore, John C. Reilly, Philip Seymour Hoffman, Philip Baker Hall, William H. Macy y Luis Guzmán), y añadiendo a Tom Cruise, Jason Robards y Melora Walters, el resultado es realmente impresionante, con los más consagrados (Robards, Moore, Baker Hall, Macy) tan soberbios como acostumbran, y los menos duchos demostrando que también saben actuar (Cruise ofrece su mejor interpretación... bueno, quizá su única interpretación, Jerry Maguire aparte...). En definitiva, aunque quizá no sea tan sorprendente como su anterior obra, y aún siendo quizá incómodamente larga, Magnolia es una gran película, y la confirmación de Paul Thomas Anderson como uno de los talentos más brillantes del nuevo Hollywood. Muy digna de ver.

Nota: 8,4


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